martes, 11 de noviembre de 2008

La ficción literaria Cesare Segre

La ficción literaria- Cesare Segre

Para Platón, la literatura imita la realidad, es mimesis.
Para Aristóteles tiene un valor filosófico y representa lo universal. La literatura crea simulacros de la realidad, y sino existen esos hechos son similares o posibles.

Lo verosímil
Para Aristóteles lo verosímil es aquello que aunque sepamos que no es posible, si el poeta ha logrado introducirlo bien en su texto es posible.
“lo imposible verosímil es preferible a lo posible no creíble”
Las mentiras quedarían justificadas por lo que es el objetivo del poeta, hacerse oír o leer.
La admisibilidad de las mentiras, según Aristóteles, se miden por la manera en que están insertas en la narración, el juicio de admisibilidad resulta superado por el juicio de validez. La normativa de los géneros literarios prevé ya el tamaño y el tipo de infracciones.
El lector sabe ya que un determinado texto le va a proporcionar ciertas dosis de ficción, y justamente porque lo sabe esta mejor preparado para gozar de ella, cuando se presente.
No importa la desviación de lo posible, importa que esta desviación quede convalidada por la lógica de la narración.

El escritor crea mundos, es omnisciente y realiza una selección.
Mediante los estereotipos narrativos el lector juzga respecto a las convenciones del género que pertenece.
El lector mediante la narración satisface la necesidad de otra posible vida. Existe una mutua necesidad de inventar historias y de oírlas.
A veces el narrador inserta huellas falsas de realidad. La fantasía es una facultad creadora. La ficción literaria considera la realidad como un dato.
La ficción hace más refinada y sensible nuestra percepción de lo real. El texto entero puede ser considerado una ficción ya que el autor inventa el modo de unir las palabras.
La critica creativa, renueva el mensaje, hace su labor a partir del texto. La literatura y la crítica se colaboran entre si.

domingo, 9 de noviembre de 2008

María Esther Vázquez La Maga, Cortázar; el azar, un barco, un vagón de subterráneo

La mujer, melena negra y ojos verdes y duros, no representa los 70 años largos que tiene. Apoyados los codos sobre la mesa, que le sirve de escritorio, se toma la cara entre las manos, al tiempo que mira la enorme cantidad de fotografías, de cartas y de libros dispersos sobre la carpeta, bajo sus ojos. El cuarto es grande y silencioso (quizá demasiado), la luz entra por el ventanal e ilumina su perfil, todavía perfecto. De pronto, se da -vuelta, nos mira y con un ademán nos invita a ver las fotografías. En sus reacciones, en su mirada ansiosa, en las manos intranquilas, en el gesto maquinal y frecuente con que se aparta el pelo de los ojos, sigue siendo la misma persona tímida, insegura e insolente, que le inspiró a Cortázar el carácter de la Maga de Rayuela.
Las fotografías son de todas las épocas. En la más antigua se la ve de unos 9 años, sentada sobre el capó del coche de su padre. Muestra la sonrisa que el tiempo respetará; la misma de hoy, la misma que iluminó su rostro cuando Cortázar la fotografiaba.
La Maga es políglota; habla y escribe en francés, inglés, alemán (su lengua natal) y en el español que aprendió en la Argentina -"Maga nació en el Sarre, de padres judeoalemanes, que pronto se divorciaron: la madre la trajo entonces a Buenos Aires. Eso ocurrió antes de la Segunda Guerra Mundial. Acá, cursó la secundaria -A los 23 años se fue a París a perfeccionar su francés - Viajó en el mismo barco en que lo hacia Cortázar, Conte Biancamano ; partieron el 6 de enero de 1950. "Me llamó la atención ese joven alto y delgado (el joven estaba por cumplir 36 años), que tocaba el piano en el salón de tercera clase, donde viajábamos", recuerda la Maga. Sin embargo, y pese a haberse observado mutuamente, no se presentaron. Los unió el azar; una tarde, mientras ella estaba en una librería del boulevard Saint Germain, lo vio en la calle, del otro lado de la vidriera, y él la saludó con una inclinación de cabeza. La segunda vez, se encontraron en un cine, donde pasaban la Juana de Arco, muda, de la Falconetti. La tercera vez, tropezaron el uno con el otro en el Jardín de Luxemburgo, hacía mucho frío y entraron en un café donde charlaron horas. La Maga cuenta que Cortázar le daba mucha importancia a estos encuentros dispuestos por el destino. Se hicieron amigos, él le regaló un poema suyo que hablaba del tiempo pasado en el barco, se titulaba Los días entre paréntesis. Descubrieron amigos comunes en París y que, además, se divertían mucho juntos.
Pero Cortázar después de cuatro semanas volvió a Buenos Aires y en agosto de 1951 le escribió a la Maga una carta. Me la tiende después de haberla rescatado del caos de papeles amontonados en la mesa. Leo: "Querida Edith (porque Edith todavía no era la Maga, o lo era y no lo sabía): No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear muchas veces por París, para ir a escuchar Bach a la Sala del Conservatorio ( ... ), para ver un eclipse de luna en el parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para prestarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban).
Yo soy otra vez ése, el hombre que le dijo, al despedirse de usted delante del Flore, que volvería a París en dos anos. Voy a volver antes, estaré allí en noviembre. ( ... ) Pienso en el gusto de volverla a encontrar, y al mismo tiempo tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada, ( ... ) de que no le divierta la posibilidad de verme. ( ... ) Por eso le pido desde ahora y se lo pido por escrito porque me es más fácil ( ... ) que si usted está ya en un orden satisfactorio de cosas, si no necesita este pedazo de pasado que soy yo, me lo diga sin rodeos. ( ... ) Sería mucho peor disimular un aburrimiento. ( ... ) Me gustaría que siga siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta, y que un día yo pueda prestarle otro pulóver. La carta es larga y la primera de una serie que duró tanto como la vida de Cortázar.
Mientras tanto la Maga necesitaba vivir: encontró un empleo en las tiendas Printemps sólo por su capacidad de hablar cuatro lenguas. Recuerda con horror cuando alguna clienta robaba algo y la pescaban; el jefe le decía: "Hágala confesar, hágala llorar" y la que terminaba llorando era ella. Cortázar volvió a París con una beca. Al acabarse, la Maga le consiguió un empleo de empaquetador en la misma tienda y, según el testimonio de Aurora Bernárdez, hacía unos paquetes perfectos.
"El año 1952 quedará como un año muy especial para Julio y para mi", reflexiona la Maga. En el Jardín des Plantes descubrieron juntos los axolotes ; en el parque de Secaux, Cortázar le leyó Final del juego y al verla tan conmovida le prometió que, al publicarlo, se lo dedicaría (luego no cumplió su promesa); una noche helada, oyeron a Edith Piaf, y el 23 de mayo asistieron al triunfo de Le sacre du Printemps.
La Maga muestra más fotos, más cartas. En una sin fecha, Cortázar le da instrucciones precisas para la traducción del cuento La noche boca arriba. En otra, escrita en París el 17 de diciembre de 1964, le habla a la Maga (que vive otra vez en Buenos Aires, con su mando), de lo que ha hecho: "Volví ayer de Londres, donde pasé diez días, y me di cuenta de que el año se acaba dentro de muy poco, y que me gustaría que recibieras estas líneas. ( ... ) Como no contestaste a mi última, en realidad no había nada que contestar, de modo que no es un reproche ni mucho menos. ( ... ) Quiero solamente preguntar cómo estás cómo sigue tu madre, y qué estás haciendo". La carta es larga también y termina: "Si un día tienes ganas, mándame dos líneas. No te digo lo que te deseo porque ya lo sabes. Ojalá estés bien, ojalá todo salga como tú quieres. Un abrazo de Julio".
La Maga no me alcanza más cartas de Cortázar, pero una se cae el suelo, la recojo y me permite leerla. Cortázar le escribe a Londres, donde ella vivía y vive aún: "París, 31/5/81. Querida Edith: Tu carta llegó por milagro, pues me mudé y el correo no es tan seguro en estos casos. Yo también estoy muy contento por el nuevo gobierno, y creo que será útil para los países latinoamericanos". Luego habla de los pueblos oprimidos, de los desaparecidos en la Argentina, de sus viajes y termina: "Espero que Joanna y vos estén bien" (Joanna, la hija de la Maga, era muy chica). "Hace años que no voy a Londres, pero si lo hago, te avisaré. Un abrazo fuerte, Julio."
Pero él no le avisó. Como siempre, el destino los puso frente a frente, esta vez en el subterráneo. La Maga se enojó; Cortázar se disculpó, diciéndole que estaba seguro de que el azar los iba a reunir, tal como había ocurrido.
Fue la última vez que se vieron. En el cuarto ha anochecido. La Maga prende la luz y el hechizo se rompe. Sin embargo, queda como un aire de melancolía; la tristeza de lo irrecuperable, de los rostros olvidados, del tiempo rescatado en cartas, en libros, en fotografías.
Revista La Maga, edición especial Homenaje a Cortázar, noviembre de 1994

domingo, 19 de octubre de 2008

ANALISIS "EL ALMOHADON DE PLUMA" DE QUIROGA

Tema: la muerte

Personajes:

Alicia: Cálida, hace referencia al “país de las maravillas”. “Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia.”
Se resigna” había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños”
Nunca le puede decir a su marido lo que piensa: “Lloró largamente todo su espanto callado,”

Jordán: frió, simboliza la muerte. Poco demostrativo. “el impasible semblante de su marido”

Marca temporal: “Durante tres meses —se habían casado en abril—“

“La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.” La casa es igual que Jordán.
Primer gesto de ternura:
“De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello.”

Decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga

I : Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.
II : Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
III : Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
IV : Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
V : No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
VI : Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
VII : No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
VIII : Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX : No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.
X : No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

Horacio Quiroga

Horacio Quiroga nació en el Salto uruguayo en 1879 y murió en Buenos Aires en 1937.
Inició su carrera literaria con un libro de poesía, Los arrecifes de coral (1901), antes de trasladarse a Argentina, donde transcurrió el resto de su vida.
La selva misionera tuvo una relación directa con la vida del autor que vivió largos períodos de su existencia en Iviraromí, cerca de las ruinas jesuíticas. El saber sobre un territorio, saber por experiencia, de una zona de frontera a la que sus lectores de la ciudad no tenían acceso, fue en su tiempo una marca de estilo del escritor. Hoy puede pensarse más bien como una obsesión, como necesidad, como invento. Quiroga, un dandy refinado a los veinte, devino a través de los años tragedias y desengaños, un escritor excéntrico, seductor y con pretensiones de náufrago.
Esta síntesis de su vida y de su estilo, incluye el descubrimiento de la selva en una expedición fotográfica a las ruinas de San Ignacio, con Leopoldo Lugones, en 1901, y su posterior elección como lugar desde el cual escribir. Los factores que influyeron en su obra, sus esposas, sus hijos, la relación con San Ignacio, la muerte de su padre y de su padrastro, y cómo todos estos hechos crearon en él una gran obsesión.
Su vida:
Horacio Quiroga nació en Salta, Uruguay, el 31 de diciembre de 1879, y murió en Buenos Aires el 19 de febrero de 1937. Recibió su educación en el Instituto Politécnico de su ciudad natal. En 1898 conoció a Leopoldo Lugones en Buenos Aires, quien había de ejercer importante influencia sobre él. En 1900 fue uno de los promotores de un movimiento literario en Montevideo que recibió el nombre de "Consistorio del Gay Saber".
También fueron una gran influencia para él, el italiano D´Annunzio y el norteamericano Edgar Allan Poe. Inició sus actividades de escritor con un libro de versos, Los arrecifes de coral, en 1901, se trasladó seguidamente de manera definitiva a la Argentina, donde transcurrió el resto de su vida. Vivió largo tiempo en el territorio de Misiones, inspirándole su exuberante naturaleza no poca parte de su obra.
Era el hijo del caudillo Facundo Quiroga, tuvo una vida llena de trágicos episodios, los cuales influyeron mucho en su forma de escritura y la permanente aparición de la muerte en sus cuentos. La muerte accidental de su padre, a quien se le escapó un tiro de escopeta mientras descendía de un bote, la cual transcurre cuando Quiroga tenía sólo 2 meses; la pérdida de dos hermanas, Pastora y Prudencia, que murieron de fiebre tifoidea en el Chaco argentino; el suicidio de su padrastro, Ascencio Barcos, delante suyo luego de sufrir una terrible parálisis cerebral. Más tarde, tras seis años de matrimonio, Ana María Cirés (su primera esposa, con la cual se casa en el año 1910, luego de haber vencido la dura oposición de la familia Cirés) agoniza ocho días después de haberse envenenado. También su hija Eglé, nacida en Misiones, en el año 1911, se quitaría la vida un año después de su muerte (1937).Y Darío Quiroga, su hijo, se mataría en 1952. María Elena Bravo, su segunda esposa y la única adolescente que lo amó si sortear oposiciones familiares (era 30 años menor que el escritor, y amiga de su hija Eglé), lo abandonó en medio de su selva, después de seis años de matrimonio, llevándose a "Pitoca" la pequeña hija de ambos.
En 1936 debió internarse en el Hospital de Clínicas por un dolor en el estómago. "No veo el día, amigo, de volver a San Ignacio" le escribió a Isidoro Escalera. La espera era eterna. Cinco meses después un médico le dijo que tenía cáncer. Quiroga no dijo ni una palabra. Salió a dar una vuelta por la ciudad y esa misma medianoche se suicidó con cianuro.
Obras más importantes:
Su primer libro fue una selección de poemas que se llamó "Los arrecifes de coral" y fue publicado en 1901. En 1904 aparece "El crimen del otro" y en 1908 presenta su primera novela "Historia de un amor turbio". Años más tarde la segunda "Pasado amor". Se publican los "Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte" en 1916, escritos entre 1910 y 1916 en Misiones, "El Salvaje" en 1920, "Cuentos de la Selva" en 1921, "Anaconda" en 1923, "Los Desterrados" en 1926, "El Desierto" en 1924 y "Más Allá" en 1934 siendo ésta su última obra.
Misiones:
Quiroga conoció San Ignacio en 1903, como fotógrafo de una expedición a las ruinas jesuíticas, encargada por el Ministerio de Instrucción Pública al escritos Leopoldo Lugones, su maestro. Quiroga pisó la selva vestido de blanco, y alterado por el asma y la dispepsia tenaz. Su conducta fue exasperante: en Posadas se negó a subirse a una mula y exigió un caballo; como los expedicionarios marchaban a paso lento, él se adelantaba o se demoraba y todos debían detenerse a esperarlo durante horas. Pero Misiones fue un bálsamo: la dispepsia y el asma desaparecieron. "Aquí el invierno me trae olor a azahar y melón silvestre de Misiones" escribió en Buenos Aires.
Y en 1906 compró sin más 185 hectáreas sobre el río Paraná y levantó un bungalow de madera con sus propias manos.
"En los alrededores y dentro de las ruinas de San Ignacio, la subcapital del Imperio Jesuítico, se levanta en Misiones el pueblo actual del mismo nombre. Constitúyenlo una serie de ranchos ocultos unos de los otros por el bosque. Hay en la colonia almacenes, muchos más de los que se pueden desear, al punto de que no es posible ver abierto un camino vecinal sin que en el acto de un alemán , un español o un sirio se instale en el cruce con un boliche. En el espacio de dos manzanas están ubicadas todas las oficinas públicas: Comisaría, Juzgado de la Paz, Comisión Municipal, y una escuela mixta. Como nota de color, existe en las mismas rutinas - invadidas por el bosque - un bar, creado en los días de fiebre de la yerba mate, cuando los capataces que descendían del Alto Paraná hasta Posadas bajan ansiosos en San Ignacio a parpadear de ternura ante una botella de whisky."
"El techo de incienso."
La selva fue su mayor inspiración, y su refugio al huir de un pasado trágico.
Gracias a Horacio Quiroga, San Ignacio, un pueblo de tan sólo cuatro mil habitantes, ingresó a la historia del país, porque ni las famosas ruinas jesuíticas le dieron tanto renombre como este escritor con aire de chiflado que andaba en bermudas, jugaba picadas por el Paraná domando un motor fuera de borda, y rompía irrespetuosamente la siesta del pueblo con dos máquinas feroces: un Ford T negro y una Harley Davidson del veinticinco.
Un 19 de febrero de 1937, los misioneros al leer el diario, no pudieron creerlo, el juez de paz de San Ignacio; el destilador de naranjas; el carbonero y picepedrero; el productor de yerba; el fabricante de dulce de maní, maíz quebrado, mosaicos de bleck y arena ferruginosa; el inventor de un exótico aparato para matar hormigas; el hombre que obtuvo resina de incienso y tintura del lapacho, ese mismo era poeta. Y uruguayo.
Trabajó la tierra e impuso en un medio salvaje, la ley urbana de la producción. Y todo lo hizo con sus manos y recuperó su pasión juvenil por la química, la misma que de madrugada despertaba a su familia con incendios y explosiones. Y el viejo anhelo de la mecánica, el ciclismo y su oculta vocación por la marina hallaron libre curso en su recoveco salvaje.
"Misiones, colocada a la vera de un pueblo que comienza allí y termina en Amazonas, guarece a una serie de tipos a los que podría lógicamente imputarse cualquier cosa menos ser aburridos. La vida, más desprovista de interés al norte de Posadas, encierra dos o tres pequeñas epopeyas de trabajo o carácter, si no de sangre."
Y él mismo al describir a esos pintorescos seres de frontera, dejó en sus cuentos la huella de su propia epopeya misionera. Fabricando a fuego lento su carbón, fertilizando su meseta pedregosa destilando vino de naranja, clavando y desarmando cien veces la misma canoa, reparando durante cuatro años las goteras del techo de su casa, embalsamando aves, confeccionando sus zapatos, conversando con Anaconda, la víbora que criaba en su jardín, descubrió que escribir era lo mismo que domar los cuatro elementos: un oficio, no un rapto de inspiración.
Y este aprendizaje fue un hito de la historia de la literatura argentina. Hasta ese momento, como un escritor no hacía un trabajo rentable. Al publicar obras sin costearlas de su bolsillo y escribir artículos remunerados en "Fray Mocho", "Caras y Caretas", "La Nación", "El Hogar" y otros medios periodísticos, se trasformó en un escritor accesible y popular. Sin embargo, Quiroga era popular para todos sus contemporáneos excepto para sus vecinos.
Sólo se sentía a gusto con los trabajadores. Luego de un rato con ellos, Quiroga apuntaba frases en papelitos que guardaba en una lata de galletitas. Esa era la materia prima de sus futuros cuentos. Por eso, su obra registra la transformación económica de Misiones: de la selva a la plantación. Y los protagonistas de esa gesta no son héroes convencionales sino "desterrados". Jangaderos, cantereros, gente de vida dura. Describiendo sus días, Quiroga escribió su autobiografía.
"Iniciábase en aquellos días el movimiento obrero, en una región que no conserva del pasado jesuítico sino dos dogmas: la esclavitud del trabajo, para el nativo, y la inviolabilidad del patrón."
Así describió esos tiempos, época en que se juntaba a los mensú, (trabajadores mensuales) en camiones que los trasladaban para ser explotados en obrajes y yerbales. Algunos nunca regresaban, los cadáveres de otros aparecían flotando en el Paraná. Quiroga mismo los vio, devolviendo al río en agua de sus pulmones. Todos los mensú adormecían sus resentimientos y amarguras con caña, y los pocos que volvían cada tanto al pueblo gastaban el resto del sueldo en las casas de juego y los prostíbulos del puerto. Cerca de la charca de Quiroga, en la
Unión Obrera y Campesina, allá por el año quince se gestaba la anarquía y la rebelión.
Horacio Quiroga también tuvo una plantación de yerba mate, La Yabebirí. Pese al entusiasmo y algunas ventas, no hizo ganancias. "Yo soy agricultor, no comerciante.", decía.
En los cuentos "Una bofetada" y "Los mensú", Quiroga describió otro oficio en extinción: la janjada.
La obsesión Quiroga sobrepasó San Ignacio. En 1928, ya con segunda esposa, vive en una casaquinta de Vicente López que reproducía el ambiente de su bungalow misionero: a falta de maderas, armó y desarmó su viejo Ford, y criaba un coatí, un oso hormiguero, un carpincho y un flamenco en el jardín. Sostenía correspondencia con Isidoro Escalera, el socio de algunas aventuras misioneras, y su casero. Intentaba vender yerba en Buenos Aires y naranjas en Garupá. Y lo desvelaban las hormigas que acechaban entre sus plantas. "Ya no puedo estar más sin Misiones", bramaba.
Con respecto a la fermentación de vino de naranjas, en 1930, Quiroga ya se había dado cuenta que no sería un buen negocio. Pero Quiroga no se dio por vencido. Especuló con vender las naranjas de su plantación a 40 pesos el millar. Soñó y soñó todo el tiempo, porque sus productos nunca le dieron demasiado dinero. Sus ingresos provenían mayormente de la literatura: "Valdría la pena exponer un día esta peculiaridad mía de no escribir sino incitado la economía."
Sus últimos años, sólo cobró 50 pesos por un cargo de cónsul honorario, fruto de la gestión de algunos escritores amigos ante el gobierno uruguayo. Era cada día más pobre y empezaba a cansarse. Incitado por Jorge Luis Borges, los nuevos intelectuales lo consideraban antiguo y lo bombardeaban con todo tipo de artillería. Cada vez le costaba más vender sus trabajos. Había escrito 170 de cuentos y el doble de artículos periodísticos. Hacía balances: "Tengo mi derecho a resistirme a escribir más. Si en dicha cantidad de páginas no dije lo que quería no es tiempo ya de decirlo"

El almohadón de pluma

El almohadón de plumas

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados dél hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
Horacio Quiroga

El almohadón de plumas

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados dél hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

sábado, 18 de octubre de 2008

EJE DE LA TEMPORALIDAD

Valor: para Saussure todas las lenguas tienen el mismo valor, tanto la lengua del pueblo mas cultivado como la del más ignorante, tienen el mismo valor como lengua, como expresión de un pueblo, de una comunidad.

EJE DE LA TEMPORALIDAD


SINCRONÍA

SXIX. La lingüística de este siglo esta preocupada por la historia. Es el estado de la lengua en un momento determinado, basta de diacronía y lingüística histórica. Se debe practicar una lingüística y una gramática sincrónicas; que expresen el estado de las lenguas en determinado momento tal como las lenguas se usan por los hablantes en ese momento. No conoce más que una perspectiva, la de los sujetos hablantes y todo consiste en recoger su testimonio. Tiene como objeto e conjunto de hechos correspondiente a cada lengua. Hecho estático.

DIACRONÍA

Es el estudio histórico de una o varias lenguas. Es todo lo que se relaciona con las evoluciones: es una fase de la evolución, eje histórico de las sucesiones: “tomaré un elemento por vez, por Ej.: estudiaré que la expresión individual “vuestra merced” se transformó en las actual forma”usted”
La lingüística diacrónica distingue dos perspectivas: la prospectiva (que sigue curso de tiempo) y la retrospectiva (que lo remonte).

domingo, 12 de octubre de 2008

GRAMÁTICA TRADICIONAL Y MODERNA

GRAMÁTICA
La gramática tiene cuatro componentes:
La sintaxis: con orden
La morfología: forma, flexión femenina, masculino, singular o plural.
La semántica: significado.
Lo fonético: sonido.


GRAMÁTICA TRADICIONAL
Viene desde Platón, Grecia y Roma Antigua. La primera gramática española la escribió Elio Antonio de Nebrija en 1492, parta la Reina Isabel I. Durante la edad media y el renacimiento (s. XVI-SXVII) le dan prioridad a la lengua escrita sobre la oral. El interés por lo escrito en la lengua prestigiosa de los autores consagrados.
La lengua literaria escrita es considerada correcta y pura. Estas son el griego y el latín. El gramático tiene que preservar la lengua pura. Dictaminar el buen decir y escribir. Debía preservar a la lengua del peligro de la corrupción. Era restrictiva. La gramática era normativa o prescriptiva, cuya principal preocupación era emitir juicios acerca de la forma correcta o incorrecta de los textos. No observa, prescribe y legisla.

GRAMÁTICA MODERNA
SXIX-XX Ferdinand de Saussure (1857-1913), lingüista suizo, se pregunta con qué sustancia trabaja la lingüística, con el lenguaje humano.
El lenguaje debe tener en cuenta todas las formas de expresión. El objeto de estudio de la lingüística es el lenguaje. La tarea no es decir que está bien o mal, ni cómo la gente tiene que escribir o hablar. Tiene que describir como las personas realmente hablan y escriben. La lingüística es descriptiva, no prescriptiva. Es el modelo de Chomsky.

Elio Antonio de Nebrija
(1441-1522), humanista y gramático español, cuyo verdadero nombre era Antonio Martínez de Cala e Hinojosa. Nació en Lebrija (Sevilla) y murió en Alcalá de Henares. Decidió cambiar su nombre y se hizo llamar Elio (del latín Aelius) y Nebrija, variante del topónimo de su ciudad natal. Recibió una sólida formación: estudió humanidades en Salamanca y siendo joven, con 19 años, marchó a Italia. Fue en la Universidad de Bolonia donde continuó y terminó sus estudios diez años después. De vuelta a España trabajó primero para el obispo Fonseca en Sevilla y después consiguió el cargo de docente en la Universidad de Salamanca donde impartió Gramática y Retórica. En el año 1513 fue nombrado profesor de la Universidad Complutense de Alcalá de Henares y recibió el encargo del cardenal Cisneros de trabajar en la Biblia Políglota Complutense.

Nebrija se debatió entre la moda de su tiempo, la vuelta a los clásicos que conforma el humanismo y preside el renacimiento, y su interés por sistematizar y hacer accesible el saber recibido. En Salamanca consiguió su fama de humanista y se aplicó en la tarea de sentar las bases para la reforma de la enseñanza del latín. Para ello publicó Introductiones latinae (1481), gramática del latín que se divide en dos partes: una llamada analogía, denominación que pervivió en los textos de gramática hasta el siglo XX para tratar la morfología, y otra que versa sobre sintaxis, ortografía, prosodia, figuras retóricas y un léxico no muy extenso. Dada la difusión que adquirió su obra, decidió traducirla él mismo al castellano y se convirtió en libro de texto de latín hasta el siglo XIX.

Animado por la buena acogida suscitada por este manual, acometió la tarea de redactar la célebre Gramática de la lengua castellana, que se publicó en 1492, año del descubrimiento de América. En ella mantuvo los mismos criterios científicos que en la obra anterior. Su carácter innovador reside en haber escrito la primera gramática normativa que se conoce. Las razones de su elaboración son políticas, según explica en el prólogo: entiende que la lengua debe ser elemento identificador de un pueblo y vínculo que una a sus gentes, por eso "debe llevarse en expansión" a cuantos pueblos "acudan las fuerzas militares". El libro está dedicado a la reina Isabel I la Católica. En 1517 añadió, a la Gramática, las Reglas de ortografía castellana, siguiendo los mismos criterios normativos y las mismas razones. Sus obras inspiraron esfuerzos similares en otras lenguas europeas.

Su actividad abarcó también trabajos de análisis y comentario erudito, que hoy serían calificados de ediciones críticas, acerca de autores como Aurelio Prudencio y Virgilio, los Evangelios, las Epístolas y el Vocabulario español-latín, latín-español. La exposición que Nebrija hizo de la gramática del español como un conjunto de reglas que describen una lengua, influyó en la Gramática de Port-Royal y entusiasmó al mismo Noam Chomsky. Nebrija fue, ante todo, un hombre moderno, preocupado también por cómo educar a los hijos, lo que demuestra en De liberis educandi. También tradujo al latín la Historia de los Reyes Católicos, que incluye muchos fragmentos de la obra en castellano de Hernando del Pulgar.




Ferdinand de Saussure
(1857-1913), lingüista suizo, considerado el fundador de la lingüística moderna.

Nacido en Ginebra, Suiza, durante un año asistió a clases de ciencias en la Universidad de Ginebra antes de cursar estudios de lingüística en la Universidad de Leipzig (Alemania) en el año 1876. Siendo todavía estudiante publicó el importante tratado Mémoire sur le système primitif des voyelles dans les langues indo-européennes (Memoria sobre el sistema primitivo de las vocales en las lenguas indoeuropeas, 1879). Después de obtener su doctorado con su tesis De l’emploi du génitif absolu en sanskrit (El empleo del genitivo absoluto en sánscrito, 1881), se trasladó a París, ciudad en la que impartió clases de gramática comparada en la Escuela de Altos Estudios hasta el año 1891.

Posteriormente fue profesor de sánscrito y de lenguas indoeuropeas en la Universidad de Ginebra. En 1907 fue nombrado catedrático de lingüística general. Su Cours de linguistique générale (Curso de lingüística general), reconstrucción de sus teorías, es la recopilación de sus clases y otros materiales que sus discípulos Bally y Séchehaye recogieron y publicaron en 1916 como obra póstuma de su maestro. Por esta obra a Saussure se le denomina ‘padre del estructuralismo’, ya que determina las consecuencias del enfoque estructuralista en el estudio del lenguaje.

Fundamentó la semiótica gracias a una serie de oposiciones teóricas, la primera y fundamental entre langue (lengua), “serie de signos coexistentes en una época dada al servicio de los hablantes”, y parole (habla), el uso individual y concreto de esa serie de signos; es decir, el sistema abstracto frente a las realizaciones concretas. También distinguió entre la dimensión sintagmática y la paradigmática, entre el estudio sincrónico (estudio de la lengua en su aspecto estructural) y el diacrónico (estudio de su evolución), y definió signo lingüístico como combinación del signifiant (significante), imagen acústica, y del signifié (significado), su concepto.

Su trabajo, que ha sido fundamental en la evolución de la lingüística durante la primera mitad del siglo XX, ha influido también en otras ciencias, como la antropología, la historia y la crítica literaria.


Noam Chomsky
(1928- ), lingüista, profesor y activista político estadounidense. Chomsky es el fundador de la gramática generativa, un sistema de análisis del lenguaje que ha revolucionado la lingüística moderna.

Abraham Noam Chomsky nació el 7 de diciembre de 1928 en Filadelfia, Pensilvania. Estudió en la Universidad de Pensilvania, donde se doctoró en Lingüística en 1955. Ese mismo año se incorporó como profesor de francés y alemán al Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y en 1976 pasó a ser catedrático de Lingüística de la mencionada institución.

Chomsky fue el creador de un nuevo modelo lingüístico, la gramática generativa, que expuso por primera vez en su libro Estructuras sintácticas. Estableció una diferencia entre el conocimiento innato y con frecuencia inconsciente que los individuos tienen de la estructura de su lengua y el modo en que utilizan ésta diariamente. El primero, al que llamó “competencia”, permite al hablante distinguir las oraciones gramaticales de las que no lo son, así como generar y comprender un número ilimitado de oraciones nuevas. El segundo, que llamó “actuación”, es la manifestación de la competencia, las oraciones realmente emitidas por el hablante en los actos de habla concretos. Para Chomsky, la lingüística también debe ocuparse de las estructuras profundas, del proceso mental que subyace bajo el uso del lenguaje.

Chomsky situó la lingüística en el centro de los estudios sobre la mente. Según él, la teoría lingüística debe dar cuenta de la gramática universal, del conocimiento innato común a todos los miembros de la especie humana; debe igualmente explicar el hecho de que los niños aprenden a hablar con fluidez a una temprana edad, a pesar de los escasos datos y la poca experiencia con los que cuentan. De estas exigencias deriva su contribución a las ciencias cognitivas, que pretenden comprender el modo en que piensa, aprende y percibe el ser humano. De igual importancia fue su reivindicación de una teoría válida sobre los procesos mentales que reemplazara al empirismo, modelo dominante en la ciencia estadounidense, según el cual la experiencia es la fuente del conocimiento.

Chomsky inició su activismo político relativamente pronto, pero comenzó a publicar más intensamente sobre estos temas en la década de 1960, en respuesta a la actuación de su país en el Sureste asiático. Restó dedicación a su trabajo sobre lingüística para escribir acerca del papel de la comunidad académica y de los medios de comunicación en la obtención del apoyo de la opinión pública a la política de Estados Unidos. Abordó igualmente las consecuencias de la política exterior de Estados Unidos, y se manifestó a favor de que los intelectuales recurran a métodos científicos para cuestionar las políticas gubernamentales que encuentren inmorales y desarrollar estrategias prácticas que las combatan.

Entre las publicaciones más importantes de Chomsky, aparte de la ya mencionada Estructuras sintácticas (1957), se encuentran: Aspectos de la teoría de la sintaxis (1965), Principios de fonología generativa (1968, escrito en colaboración con Morris Halle), Lingüística cartesiana (1966), El lenguaje y el entendimiento (1968) y El programa minimalista (1995). Algunos de sus escritos políticos son La responsabilidad de los intelectuales y otros ensayos históricos y políticos (1969); Guerra o paz en Oriente Medio (1974); El miedo a la democracia (1991); El nuevo orden mundial (y el viejo) (1994); Estados canallas (2000); 11-09-2001 (2001), obra que recoge siete entrevistas en las que Chomsky analiza el más sangriento atentado terrorista de la historia de Estados Unidos; y Poder y terror (2003).

TEORÍA

A propósito de la ficción, (cuento, novela) nos debemos plantear el origen del mundo creado en la realidad del escritor (hablamos del escritor, no del narrador).
¿Cómo una historia adquiere significado?
La historia nace de imágenes nacidas de la observación, también de lo que se escucha.
¿Cómo va creciendo?
Bécquer dice que hay que escribirlo evocado (del latín, llamado), la sensación, la traslación de la historia.
Tizón dice que es como el armado del alfarero, la creación literaria.
También las historias de ficción pueden nacer de imágenes recordadas o que nos cuentan, el proceso de la escritura es el ordenador de la historia.
¿De cuántas maneras podemos contar una misma historia?
De innumerables maneras, cuento, novela, obra de teatro, film.
Bernard Shaw, escritor contemporáneo en su novela Pigmalión, suspende la historia y cambia el formato por guión cinematográfico, luego realiza un ensayo de lo que los personajes podrían haber llegado a hacer.
La imagen es un punto vital, nace del autor y él la maneja.

George Bernard Shaw (1856-1950), escritor de origen irlandés, considerado el autor teatral más significativo de la literatura británica posterior a Shakespeare. Además de ser un prolífico autor teatral —escribió más de 50 obras—, fue el más incisivo crítico social desde los tiempos del también irlandés Johnathan Swift, y el mejor crítico teatral y musical de su generación. Fue asimismo uno de los más destacados autores de cartas de la literatura universal.

Utópico y visionario, hombre tímido, introspectivo y discretamente generoso, Shaw era, al mismo tiempo, la antítesis del romántico, en su papel de despiadado crítico irreverente con las instituciones. Aderezó en sus trabajos más serios con un sutil sentido del humor y consiguió convertir en interesantes obras teatrales, animadas por epigramas y diálogos vivaces, lo que en manos de otros autores hubieran sido estudios sobre los más distintos temas sociales.

Nació el 26 de julio de 1856 en Dublín. Su poco pragmático padre, un comerciante con escaso éxito económico, pertenecía a la burguesía protestante de Irlanda. El joven asistió a escuelas tanto católicas como protestantes y, comenzó a trabajar a los 16 años, por lo que hubo de completar su educación de un modo autodidacta. Cuando el matrimonio de sus padres se disolvió, su madre y sus hermanas se marcharon a vivir a Londres, donde él se les unió en 1876.

PRIMERAS OBRAS

La siguiente década de su vida estuvo marcada por una pobreza rayana en la miseria. Ni las críticas musicales (en las que utilizaba como seudónimo el apellido de un amigo suyo) ni el trabajo que consiguió en una compañía telefónica, le duraron mucho, y sólo pudo publicar dos de las cinco novelas que había escrito entre 1879 y 1883. Una de ellas, La profesión de Cashel Byron (1882), anticipa la temática de la prostitución como profesión antisocial, que constituirá el argumento central de su obra teatral de 1893 Trata de blancas. La otra, Un socialista asocial (1883), se anticipa al interés del autor por los escritos de Karl Marx, que descubriría hacia la mitad de la década de 1880, y a raíz de los cuales comenzaría, como periodista crítico, a participar en las polémicas de su tiempo sobre el socialismo. Se convirtió asimismo en un firme defensor y militante convencido del vegetarianismo, en un destacado orador y, como experimento, en autor teatral. Su papel fue determinante en la fundación y el sostenimiento de la Sociedad fabiana, grupo de socialistas de clase media que defendía la transformación de la sociedad y el gobierno ingleses mediante la asimilación, en lugar de la revolución. A través de los fundadores de la Sociedad fabiana, Sidney y Beatrice Webb, Shaw conoció a la rica irlandesa Charlotte Payne-Townshend, con la que en 1898 se casó.

El trabajo periodístico que llevó a cabo durante sus primeros años comprendía desde la crítica literaria y artística hasta brillantes colaboraciones sobre temas musicales (en las cuales defendía con pasión las obras del compositor alemán Richard Wagner), que firmó, entre 1888 y 1890, con el seudónimo de Corno di Bassetto y, más adelante, con sus propias iniciales. Más tarde, en 1895, comenzó a trabajar para la Saturday Review como crítico teatral, ocupación que mantuvo hasta 1898, y desde la cual defendió la obra del autor teatral noruego Henrik Ibsen, sobre el que ya había escrito un libro, Las quintaesencias (1891).

PRIMERAS OBRAS TEATRALES

George Bernard Shaw El escritor de origen irlandés George Bernard Shaw, autor de más de cincuenta obras teatrales, propició cambios sociales en la sociedad de su tiempo, gracias a los retratos, impregnados de un humor ácido, brillante e ingenioso, que realizó en sus obras. En esta frase de Hombre y superhombre, arremete contra las hipócritas convenciones del matrimonio. "¡La confusión entre matrimonio y moralidad ha hecho más por destruir la conciencia humana que cualquier otro error!".Rex Features, Ltd./The Society of Authors en nombre de the Bernard Shaw Estate. (p) 1992 Microsoft Corp. Reservados todos los derechos.
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La primera obra teatral de Shaw, Casa de viudas (representada en 1892), combinaba las influencias de Ibsen con una ácida burla de las convenciones del romanticismo, que aún estaban siendo explotadas en el teatro inglés. Esta obra se publicó en el volumen Teatro agradable y desagradable (1898), que reúne sus siete primeras obras para la escena, las otras eran Cándida, Fascinación, El hombre del destino, Trata de blancas y Lucha de sexos, que, o no fueron representadas en su momento, o duraron muy poco en cartel, y una de ellas; Trata de blancas fue censurada por su supuesta obscenidad. Un poco mejor fue la andadura de una de sus Tres obras para puritanos (compuesta por El discípulo del diablo, César y Cleopatra y La conversión del capitán Brassbound), publicadas en 1901. El discípulo del diablo, una mofa del melodrama sentimental que se solía representar en los Estados Unidos de la revolución contra los ingleses, obtuvo gran éxito en aquel país, debido a su ingeniosidad y a los elementos melodramáticos que el autor puso en escena para ridiculizarlos. En su siguiente obra, Hombre y superhombre (1903), transformó la leyenda de Don Juan en obra de teatro, y en una representación-dentro-de-otra. Aunque aparentemente se trataba de una comedia de costumbres sobre el dinero y el amor, su argumento le dio la oportunidad de explorar el clima intelectual del nuevo siglo, insertando los distintos puntos de vista en una serie de diálogos que tenían lugar entre los personajes. Esta era, precisamente, la base del tercer acto, titulado ‘Don Juan en los infiernos’, que, desde entonces, se ha venido representando de modo independiente del resto de la obra. Hombre y superhombre entró muy pronto a formar parte del repertorio de distintas compañías teatrales, junto con La otra isla de John Bull (1904), escrita originalmente para el Abbey Theatre de Dublín, pero rechazada por éste por su ácida sátira del carácter irlandés. Estas dos obras, frecuentemente representadas, extendieron la fama de Shaw como erudito y autor teatral.

ALTA COMEDIA

En La comandante Bárbara (1905, llevada al cine posteriormente) y El dilema del doctor (1906), el autor irlandés continuó mostrando, a través de la comedia, la complicidad de la sociedad con sus propios males y defectos. En la primera, los principios y prácticas de un fabricante de municiones se revelan como elevadamente religiosos en comparación con los del Ejército de Salvación y sus benefactores. El dilema del doctor, es una sátira despiadada acerca de las distintas profesiones y del temperamento artístico.

Con las obras que siguieron a estas —Llegando a casarse (1908), Matrimonio desigual (1910) y La primera obra de Fanny (1911)—, Shaw comenzó a acercarse a lo que podría llamarse la farsa seria, una comedia intelectual con su habitual torrente de diálogos, pero en la que introdujo elementos no realístas, que explotaría por completo más adelante. Aunque Fanny fue la que más se representó, la más duradera de las tres resultó ser Matrimonio desigual. El autor dejó entrever su lado más místico en El compromiso de Blanco Posnet (1909), que trata de la súbita conversión de un ladrón de caballos, y en Androcles y el león (1913), en la que discutió sobre la verdadera y la falsa exaltación religiosa, y utilizó elementos provenientes de los autos medievales y del mimo navideño victoriano.

Su pieza cómica Pigmalión (1913), que se presenta como una “alta comedia” divertida e ingeniosa, fue escrita como introducción didáctica a la fonética, pero en realidad trata del amor y contiene numerosos elementos de crítica social, como la explotación de un ser humano por parte de otro. La obra obtuvo un éxito inmediato y fue la base para una película y un musical que con el nombre de My fair lady se estrenó en 1955 y llevado de nuevo al cine en 1964 por George Cukor.

LOS AÑOS DE LA POSTGUERRA

Mientras Pigmalión fue una obra repleta de entusiasmo, la que le siguió era, en la misma medida, pesimista y desolada. En efecto, La casa de las penas (1919), una descarnada exposición de la ruina espiritual de la Europa de su tiempo, refleja las consecuencias que sobre el clima intelectual de Occidente tuvo la I Guerra Mundial (1914-1918). Intentando escapar del pesimismo de la postguerra, Shaw escribió cinco piezas teatrales cortas en forma de parábola, muy relacionadas entre sí, y que fueron reunidas bajo el título general de Volviendo a Matusalén (1921). En ellas, el autor pasa revista al progreso de la Humanidad, desde el Edén hasta un futuro propio de la ciencia ficción. A pesar de estar brillantemente escritas, estas piezas tienen un valor escenográfico muy desigual, y se han representado en muy pocas ocasiones.

Por su obra Santa Juana (1923), en la que convirtió a Juana de Arco en una mezcla de mística pragmática y santa hereje, el autor irlandés recibió en 1925 el Premio Nobel de Literatura.

ÚLTIMAS OBRAS

A sus 90 años, Shaw aún continuaba escribiendo. Sus últimas obras, a partir de El carro de manzanas (1929), retornaron, a medida que Europa iba zambuyéndose en una nueva crisis, al problema de cómo la Humanidad podría concederse un mejor gobierno que le permitiera desarrollar todas sus potencialidades. Estos temas ya los había tratado el autor en algunas de sus obras anteriores pero, en esta etapa, se aproxima a ellos de un modo distinto, por medio de una extravagancia tragicómica e irrealista inspirada más en las comedias griegas clásicas de Aristófanes que en Ibsen. Shaw murió el 2 de noviembre de 1950 en su casa de campo de Ayot St. Lawrence.

Hasta sus últimos días, continuó escribiendo brillantes prefacios a sus propias obras teatrales e inundando a sus editores con libros, artículos y cartas malhumoradas. Entre sus obras no teatrales destacan la novela Las aventuras de una joven negra a la búsqueda de Dios (1932) y Guía de la mujer inteligente para el conocimiento del socialismo y el capitalismo (1928), que constituyen un útil compendio de sus ideas. También han visto la luz algunas recopilaciones con cientos de sus extraordinarias cartas, como las que dirigió a las luminarias del teatro Ellen Terry y Patrick Campbell.

Aunque no creó escuela o movimiento teatral, consiguió crear un estilo de representación en el que combinaba pasión y conflictos intelectuales, logró reavivar la comedia de costumbres y experimentó con la farsa simbólica, regenerando así el teatro de su tiempo. Su amplia y crítica inteligencia, así como su afilada pluma, utilizadas para describir los temas de nuestro tiempo, ayudaron a configurar parte del pensamiento tanto de sus contemporáneos como de las generaciones posteriores.


MITO DE PIGMALIÒN


Pigmalión, en la mitología romana, escultor de Chipre. Pigmalión odiaba a las mujeres y decidió no casarse nunca. Durante muchos meses, sin embargo, se dedicó a esculpir una mujer hermosa y acabó enamorándose locamente de la estatua. Desconsolado porque la estatua se mantenía inanimada y no podía responder a sus caricias, Pigmalión le suplicó a Venus, diosa del amor, que le enviara una muchacha semejante a su estatua. La joven, a quien Pigmalión llamó Galatea, le correspondió en su amor y le dio un hijo, Pafos, de quien recibió el nombre la ciudad consagrada a Venus.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

DISCURSO DEL OSO Julio Cortázar

Soy el oso de las cañerías de la casa, subo por los caños en las horas de silencio, los tubos de agua caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por las cañerías. Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos, incesantemente corro por los tubos y nada me gusta más que pasar de piso en piso resbalando por los caños. A veces saco una pata por la canilla y la muchacha del tercero grita que se ha quemado, o gruño a la altura del horno del segundo y la cocinera Guillermina se queja de que el aire tira mal. De noche ando callado y es cuando más ligero ando, me asomo al techo por la chimenea para ver si la luna baila arriba, y me dejo resbalar como el viento hasta las calderas del sótano. Y en verano nado de noche en la cisterna picoteada de estrellas, me lavo la cara primero con una mano, después con la otra, después con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría. Entonces resbalo por todos los caños de la casa, gruñendo contento, y los matrimonios se agitan en sus camas y deploran la instalación de las tuberías. Algunos encienden la luz y escriben un papelito para acordarse de protestar cuando vean al portero. Yo busco la canilla que siempre queda abierta en algún piso; por allí saco la nariz y miro la oscuridad de las habitaciones donde viven esos seres que no pueden andar por los caños, y les tengo algo de lástima al verlos tan torpes y grandes, al oír cómo roncan y sueñan en voz alta, y están tan solos. Cuando de mañana se lavan la cara, les acaricio las mejillas, les lamo la nariz y me voy, vagamente seguro de haber hecho bien.


Comentario

Se presenta cono un monólogo. El autor utiliza el recurso fantástico de colocar un oso donde usualmente hay agua, ejemplo: “Soy el oso de los caños de la casa”.
Describe los movimientos, detalladamente y con un lenguaje accesible. Realiza una dicotomía entre el oso y el hombre. También utiliza ciertas ironías como ”esos seres que no pueden andar por los caños, y les tengo algo de lástima al verlos tan torpes y grandes…al oír como roncan y sueñan”

EN EL PRINCIPIO ERA LA CAL de SYRIA POLETTI

Syria Poletti

Syria Poletti nació en Piave di Cadore (Italia) el 10 de febrero de 1919. Se radica desde muy joven en la Argentina, siendo traductora y profesora en distintas universidades e institutos del país. Ha producido una importante obra en la literatura infantil y obtenido diversos premios por su labor literaria. Como novelista y cuentista ha escrito: Gente conmigo (1961); Línea de fuego (1964); Extraño oficio (1971) e Historias en rojo (1969 y 1973)
Sus primeros relatos aparecieron en La Nación en 1953; un año después publicó Veinte poemas infantiles y desde 1955 escribió cuentos policiales en la desaparecida revista Vea y lea.



"En el principio era la cal"


Dumesnil no tenía cementerio. Era un pueblo surgido de la cal como de la nada. Nacido a caballo de unas lomas, como si quisiera, de un momento a otro, sacudirse de encima la capa de cal y emprender viaje.

La dinamita había hendido las entrañas de los cerros formando enormes cavidades y las piedras rodaban envueltas en nubes de polvillo calcáreo. Largas caravanas de camiones fueron abriendo huellas entre las tunas y los espinillos. Y de repente comenzaron a emerger de la cal casitas de piedra y adobe. Los cardos, desplazados por un lado, treparon por otro, enhiestos e impertérritos. Aparecieron las primeras gallinas medio atolondradas. Los chivitos aprendieron a prestarse dócilmente a la nota pictórica. Y los inevitables chiquilines de grandes ojos comenzaron a revolcarse entre las piedras. El pueblo estaba echado.

Don Faustino, el constructor gringo que llevaba la palanca del progreso metida en su fuerte constitución sanguínea, le echó el ojo y construyó las primeras casas. Tras él llegó el almacenero, por supuesto, turco. Luego, unos franceses enriquecidos con las caleras, hicieron construir los primeros chalets con vista al río. Y el pueblo fue surgiendo, como por milagro, en torno de las canteras, al ritmo de las explosiones, disparándole a la cal, dispersándose y apretándose, urgido por un inconsciente afán de semejarse a los otros pueblos.

Así nació la necesidad de juntar hechos para la historia. Una historia intrascendente, claro está, ya que Dumesnil aún no tenía medios para rendir tributo a ningún muerto. Era un pueblo en gestación, con franco impulso de crecer y multiplicarse. Lo patentizaban los chicos que entre las tunas y los pozos de cal ya jugaban al fútbol. Y las muchachas que pasaban en bicicleta, o en motoneta, pedaleando ilusiones de ajuar tras la estela de galanteos.

Las chimeneas de los hornos de cal embellecían el panorama, o lo afeaban, según el gusto de cada consumidor de paisajes. Largas hileras de casas, sinuosas y desparejas, se fueron alineando por los caminos que llevaban a las canteras; serpentearon a orillas del río y se atrevieron en torno de la fresca municipalidad. Luego la cal se encargó de borrar diferencias de formas y colores, envolviéndolo todo con un tenue manto blancuzco.

Don Faustino, después de que construyó la comisaría, la escuela, el club y la confitería, anudó el mundo de la cal con el mundo grande de la provincia mediante una línea de ómnibus. Porque él, después de colocar piedra sobre piedra, y de amasarlas con cal, lo ponía todo en marcha con cadenas de ómnibus: ómnibus viejos, destartalados y repintones que realizaban el milagro de andar como empujados por su fuerza.

El cura de la parroquia de La Calera se empeñó en que la gente de Dumesnil construyera su iglesia. Y la capilla también surgió, en lo alto de la loma, blanca y aérea, con sabor a cal y a plegarias, donde rezar era como ir hacia Dios por un atajo nuevo, fresco de sombras.

Entonces, el pionero que había levantado el pueblo con proyecciones de centro industrial pensó en el cementerio. Y le pareció que ese declive, a mitad del camino a La Calera, un tanto alejado de los hornos, era el lugar más propicio para el reducto final de un pueblo nacido con tan dinámica desenvoltura. Un lugar ideal por lo estratégico, ya que hubiese podido recibir los muertos de los varios centros en formación que pululaban por los alrededores. Y como los deudos no podrían ir a visitar a sus queridos difuntos de a pie, bajo el sol y los nubarrones de cal, cargados de flores y pesadumbres, un servicio de ómnibus sería la solución y el negocio. Y otro signo de progreso.

¿Que el pueblo era reciente? ¡Hombre! La gente estaba tan adherida a esa tierra como las rocas. Los serranos se habían apegado a las canteras duros y empecinados como los cardos. Luego vinieron los camioneros, mecánicos, comerciantes... Y hasta llegaron “enfermos”, esos tuberculosos pobres, obligados a disparar de los pueblos cuya única industria era la de los “delicados”. Además, éstos llegaron a Dumesnil esperanzados y atraídos por la fama de que allí nadie había muerto. Y eso era como un ahuyentar a la mismísima muerte.

El verano echaba sobre Dumesnil pinceladas de modestos turistas. Entonces, en las canchas de tierra se improvisaban bailes y partidos de fútbol. En el bar, con terraza sobre el río, los camioneros, de puro alegres, probaban sus músculos en uno que otro jaleo. Eso, para dar al pueblo un matiz de violencia realista, como en el cine. Y había casorios. Casorios con sus correspondientes nacimientos. Y nacimientos sin los correspondientes casorios. Y accidentes de tránsito. Pero, en cuanto a morir..., nadie.

Hubiérase dicho que en el pueblo flotaba un acuerdo, tácito y colectivo, de aguantar en todo lo posible, de superar la fatalidad. Una apuesta contra la muerte. Por eso los de Dumesnil no querían un cementerio. Estaban orgullosos de no necesitarlo. Era como un reto, o un seguro contra lo ineludible. El primero en morirse —pensaban— se las arreglaría, como se las habían arreglado ellos. Inventaría algo. Sería un pionero. Y cuando los turistas se enteraban de que Dumesnil, a pesar de sus veinte años extrayendo cal, no contaba con ningún muerto, deducían: “Es porque no tienen cementerio”.

El rechoncho de don Faustino no pensaba lo mismo. Él decía: “Un pueblo progresista debe tener un cementerio propio. Es una cuestión de solidaridad, de civilización. En cualquier momento, un accidente en la ruta, una explosión y ...¡blum!... ¿Y después?”

Y pensaba con simpatía en don Pascual, viejo y paralítico, el padre del quintero. En doña Clorinda, abuela de todo el mundo. Ellos eran candidatos seguros para el estreno del cementerio. Y se preocupaba por los enfermos pobres, los que deambulaban su tos por entre los recovecos de las canteras. Con toda seguridad, ellos no podrían costearse el lujo de volver muertos a sus pueblos. Ahí estaba por ejemplo el riojano, con un solo pulmón macilento y fantasmal, dando vueltas por las calles resecas de cal, como si estuviera reclamando un cementerio humilde, decoroso. Esa gente imponía la construcción de un lugar de descanso. El cementerio era un deber social.

Don Faustino, que era presidente del club deportivo y aspiraba a ser intendente del pueblo, se dijo: "Para la primavera tendremos el cementerio". Y, como consecuencia lógica, se prometió: "Para el verano inauguraré la nueva línea de ómnibus".

Y una mañana de sol, el gringo, campera de cuero y nariz pomposa, subió en la chata, cruzó la loma, y fue a trazar los límites del recinto rodeándolo con un alambrado. Luego hizo levantar alrededor un blanco tapialito. Entonces pudo declarar: “Éste es el cementerio”.

La gente tomó el hecho a broma. Y mientras tanto, caballos y burros entraban a pastar en el recinto como Pancho por su casa. Y las gallinas a escarbar, no se sabe qué. Las protestas de don Faustino constituían el regocijo del pueblo. Los de Dumesnil no podían acostumbrarse a la idea de que ese lugar hospedaría a los muertos. Entonces el constructor advirtió que era necesario consagrar el terreno oficialmente. Y no se dio descanso hasta que la comuna prometió que en primavera el cementerio sería inaugurado. En primavera... Buena época, pensó don Faustino. Invitarían a autoridades y curas de Córdoba; al mismo gobernador o sus representantes. Y los periodistas y los fotógrafos... Le hubiese gustado contratar también una banda, pero se hacía cargo de que, a pesar suyo, eso no cuadraba con el significado de la ceremonia. En realidad, el problema principal era contar con un muerto. Por lo menos... ¡uno! ¡Y de Dumesnil!

El invierno fue crudo. Uno salía a la calle y oía toser a todo el mundo. Era cuestión de esperar. Y don Faustino era hombre de constancia. Sabía aguantar con tal de salir con la suya. Alguien debía morir.

Pasó el invierno, y ahí estaban, tozudos e invictos, don Pascual, doña Clorinda y el riojano. Y los chicos jugando otra vez entre los pozos de cal, descalzos, negros y revoltosos como avispas brasileñas, sin que las explosiones de dinamita alterasen para nada su integridad física.

Se acercó la fecha fijada para la inauguración del cementerio. Ningún muerto. Pero el constructor no era hombre de dejarse abrumar por las circunstancias. Había que contar con un muerto y basta.

Una mañana temprano don Faustino viajó a La Calera. Fue a hablar con el socio de una de sus tantas empresas de ómnibus. Y entre los dos, positivos y progresistas, lo concertaron todo. Para el día de la inauguración oficial, Dumesnil contaría con un muerto. Un muerto reciente y auténtico. Una red de amigos, todos colectiveros, se encargaría de controlar los enfermos pobres de las zonas próximas. Al primero que muriese y cuya familia no estuviese en condiciones de pagar un entierro decente, lo llevarían a Dumesnil con todos los honores del caso. Ya le encontrarían motivos para dedicarle un discurso. A cualquier deudo le hubiese gustado ver a su muerto honrado con una inauguración oficial. Una página memorable para el historial de cualquier familia. Como un reconocimiento póstumo, justiciero, inesperado.

Para ello, nada más fácil. Todos sabían que don Mariotti había amasado su fortuna llevando a los muertos en automóvil desde las sierras hasta los pueblos, en los que sus familiares les daban sepultura. Todos sabían que, para eludir impuestos, Mariotti colocaba el muerto a su lado, bien sentadito, con un cigarro en la boca, y así pasaba de largo, saludando cordialmente a las autoridades camineras. En cambio, los socios de don Faustino harían las cosas bien, sin trampas: traerían a Dumesnil un muerto recogido en cualquiera de los pueblos vecinos, y lo harían con el consentimiento familiar y con los papeles en orden. Y el entierro de honor correría a expensas de la comuna.



El día fijado para la inauguración apremiaba. Y Dumesnil, fiel a su tradición de pueblo como de paso, no permitió que nadie se muriese. Y en los pueblos vecinos, por puro espíritu de imitación, tampoco murió nadie.

Ante las circunstancias adversas, don Faustino echó mano a un recurso. Fue a La Calera, hizo desenterrar a un linyera muerto un mes antes, le compró un buen ataúd y lo hizo llevar a Dumesnil. Y con los papeles en orden.

Todo el mundo acudió a la inauguración como a una cita de honor o a una feria. ¡Por fin! Dumesnil inauguraba su cementerio, pero con un muerto prestado, ajeno. Un muerto artificial, digamos. El pueblo no desmentía su fama de hospitalario e inmortal. Pero eso era un mal principio para la futura línea de ómnibus.

La ceremonia logró desarrollarse en forma correcta, pese al buen humor que todos ocultaban bajo el convencionalismo. Claro que la inauguración hubiese sido más... histórica si el muerto hubiese sido de allí. Pero...

De repente, el clima casi solemne fue quebrado por la irrupción de una hilera de patos. Don Faustino se amoscó y gesticuló indignado. En cambio, todos los labios se apretaron para dominar la sonrisa. Porque si no hubiese sido por consideración a viejas tradiciones, todo el pueblo habría celebrado jubilosamente su buena suerte: la de inaugurar el cementerio propio con un muerto ajeno.

Al atardecer, don Faustino se marchó con su chata a La Calera. Debía ultimar las formalidades contraidas con la Municipalidad y la comisaría de La Calera, las que le habían cedido al protagonista de la jornada. Los amigos del constructor se reunieron en el “bar americano” para festejar el acontecimiento, tan insólito como auspicioso. En ese lugar, por fin, el gringo podía dar rienda suelta a su optimismo. Y empinar un poco el codo. Para el verano funcionaría una nueva línea de ómnibus.

Pasada la medianoche, don Faustino emprendió el viaje de regreso a Dumesnil. Saludó a los amigos y partió alegre, eufórico.

Aspiró con fruición el aire de esa noche de triunfo y, loma arriba, loma abajo, comenzó a silbar una vieja “canzonetta”. Hermoso país; sierras y ríos; país de progreso.

Al acercarse a Dumesnil, tomó el camino que orilla el cementerio. Sobre el telón de fondo de las sierras vio dibujarse el perfil de la Cruz, iluminando por la luna. Ese signo aéreo, que se destacaba en el silencio nocturno, daba al recinto un clima casi místico. Lo inundó una ola de emoción y de orgullo. Era un cementerio auténticamente hermoso: progresaría. Él había salido con la suya.

El pionero de Dumesnil se sintió satisfecho. Hasta le pareció oír el estrépito de las bocinas de los ómnibus de la nueva línea. Ese sonido marcaría un ritmo más vivaz, más dinámico, en la ruta de la cal.

De repente, junto al tapial del cementerio, donde el camino se empina hacia una curva cerrada, vio a un caballo que intentaba penetrar en el recinto. Sintió una irritación violenta y aceleró la marcha para espantar al animal. En esa fracción de instante, lo fulminó la aparición de un camión cargado de cal. Echó una maldición al caballo. Los faros lo encandilaron. Frenó en seco, estrepitosamente: el choque fue explosivo. La chata de don Faustino dio unas volteretas y fue a incrustarse contra las rocas, frente al portal del cementerio. El cuerpo del gringo fue arrojado hacia adentro.

Pocos minutos después, el caballo se acercó al hombre: lo husmeó. Luego, con pausada gravedad, se alejó del sagrado recinto.

El pueblo ya tenía historia.



Comentario

La autora del cuento toma datos de la realidad para hacer mas verídico y cercano el relato. Un ejemplo de esto es que sitúa la historia en Dumesnil, (pequeña localidad cordobesa)
El conflicto aparece en el comienzo del relato,”Dumesnil no tenia cementerio”, esto hace que se destaque en el cuento y nos indique sobre la temática de este. Después le siguen descripciones sobre el surgimiento del pueblo, “era un pueblo surgido de la cal“, “comenzaron a emerger de la cal casitas de piedra y adobe”, finalizando con “el pueblo estaba echado”.
El pueblo buscaba consolidar una historia donde era necesario tener a alguien a quien honrar “ya que Dumesnil no tenia medios para rendir tributo a ningún muerto.”
La ausencia de cementerio era un modo de negar el pasado, “una apuesta contra la muerte“como describe la autora., solo existía la vida.
El pueblo fue creándose a partir de las intenciones de Don Faustino, quien en su carrera hacia el progreso anticipó su propio final: “En cualquier momento, un accidente en la ruta, una explosión y...¡blum!... ¿Y después?”
Se transforma en el primer muerto propio del pueblo e inaugura la historia del mismo. Por lo que el relato concluye diciendo: “El pueblo ya tenía historia.”

jueves, 18 de septiembre de 2008

MITOLOGÍAS

ARGOS
Argos (mitología), en la mitología griega, un gigante de cien ojos (también llamado Panoptes) que fue designado por la diosa Hera, mujer de Zeus, para custodiar a Ío, de la que tenía celos. Zeus, que favorecía a su amante Ío, la convirtió en vaca para protegerla de Hera. Enviado por Zeus para rescatar a Ío, el dios Hermes hizo mediante el recurso de la música que Argos cerrase sus ojos para dormirse y luego lo mató cortándole la cabeza. Según una versión de esta historia, Argos se transformó a continuación en un pavo real; según otra, Hera trasplantó los ojos del gigante a la cola del pavo real.

HERMES
Hermes, en la mitología griega, mensajero de los dioses, hijo del dios Zeus y de Maya, la hija del titán Atlas. Como especial servidor y correo de Zeus, Hermes tenía un sombrero y sandalias aladas y llevaba un caduceo de oro, o varita mágica, con serpientes enrolladas y alas en la parte superior. Guiaba a las almas de los muertos hacia el submundo y se creía que poseía poderes mágicos sobre el sueño. Hermes era también el dios del comercio, protector de comerciantes y pastores. Como divinidad de los atletas, protegía los gimnasios y los estadios, y se lo consideraba responsable tanto de la buena suerte como de la abundancia. A pesar de sus virtuosas características, también era un peligroso enemigo, embaucador y ladrón. El día de su nacimiento robó el rebaño de su hermano, el dios del sol Apolo, oscureciendo su camino al hacer que la manada anduviera hacia atrás. Al enfrentarse con Apolo, Hermes negó haber robado. Los hermanos acabaron reconciliándose cuando Hermes le dio a Apolo su lira, recién inventada. En el primitivo arte griego, se representaba a Hermes como un hombre maduro y barbado; en el arte clásico, como un joven atlético, desnudo e imberbe como puede comprobarse en el Hermes de Praxíteles, en Olimpia.

HERA
En la mitología griega, reina de los dioses, hija de los titanes Cronos y Rea, hermana y mujer del dios Zeus. Hera era la diosa del matrimonio y la protectora de las mujeres casadas. Era madre de Ares, dios de la guerra, de Hefesto, dios del fuego, de Hebe, diosa de la juventud, y de Ilitía, diosa del alumbramiento. Mujer celosa, Hera perseguía a menudo a las amantes y a los hijos de Zeus. Nunca olvidó una injuria y se la conocía por su naturaleza vengativa. Irritada con el príncipe troyano Paris por haber preferido a Afrodita, diosa del amor, antes que a ella, Hera ayudó a los griegos en la guerra de Troya y no se apaciguó hasta que Troya quedó destruida. Se suele identificar a Hera con la diosa romana Juno.

DANAO
En la mitología griega, hijo de Belo, rey de Egipto, y de Anquínoe. Egipto, hermano gemelo de Dánao, deseaba casar a sus cincuenta hijos con las cincuenta hijas de Dánao y sus hijas, que se oponían a ese acuerdo, huyeron de Egipto a Argos, donde Dánao se convirtió en rey. Sin embargo, los jóvenes las persiguieron, y Dánao finalmente accedió, pero dio a cada hija una daga para que matase a su marido la noche de bodas. Hipermnestra, la única hija que no obedeció, fue aprisionada por Dánao, pero después liberada. Como castigo por los asesinatos, las 49 hermanas obedientes, conocidas como Danaides, fueron condenadas por los dioses a la infructuosa y eterna tarea de llenar un tonel sin fondo en el mundo subterráneo.

AQUELOO
El que ahuyenta el pesar". Dios del río del mismo nombre, entre Etolia y Acarnania, el mas antiguo y poderoso de Grecia.

Se le representa como un toro con cabeza de hombre y otras veces como un anciano con dos cuernos, pelo gris y barba hirsuta de la que constantemente mana agua.
Aqueloo era muy respetado en la antigua Grecia. Su nombre se invocaba en oraciones, sacrificios y a la hora de hacer juramentos. Según Virgilio este culto tan extendido se debió a que Aqueloo termino representando a todos los ríos o aguas dulces, fuentes de la agricultura y, por tanto, de la vida de los hombres.
Descendencia de Aqueloo con Perimede dos hijos Hipodamo y Orestes.Con Melpómene o Terpsícore tuvo a cinco hijas sirenas: Aglaope, Telxinoe, Pisinoe, Partenope y Ligeria.El oráculo de Dodona añadía a cada respuesta que daba la orden de ofrecer sacrificios a Aqueloo.Disputo con Heracles la mano de Deyanira, de la que estaba enamorado. En su lucha con él, se transformo en serpiente y después en toro, lo que aprovecho Heracles para derribarle y arrancarle uno de sus cuernos, que recupero a cambio del cuerno de Amaltea, llamado cuerno de la abundancia. Heracles obligo al vencido a refugiarse en el río Toas, que desde entonces se llamo Aqueloo.Otras versiones afirman que Aqueloo cuando perdió a sus hijas las sirenas, estaba tan afligido que invocando a Gea, esta le acogió en su seno. en el punto mismo donde la Tierra lo recibió, surgió el caudaloso manantial que formo el río.

HERCULES
en la mitología griega, héroe conocido por su fuerza y valor así como por sus muchas y legendarias hazañas. Hércules es el nombre romano del héroe griego Heracles. Era hijo del dios Zeus y de Alcmena, mujer del general tebano Anfitrión. Hera, la celosa esposa de Zeus, decidida a matar al hijo de su infiel marido, poco después del nacimiento de Hércules envió dos grandes serpientes para que acabaran con él. El niño era aún muy pequeño pero estranguló a las serpientes. Ya de joven, mató a un león con sus propias manos. Como trofeo de esta aventura, se puso la piel de su víctima como una capa y su cabeza como un yelmo. El héroe conquistó posteriormente a una tribu que exigía a Tebas el pago de un tributo. Como recompensa, se le concedió la mano de la princesa tebana Megara, con quien tuvo tres hijos. Hera, aún implacable en su odio hacia Hércules, le hizo pasar un acceso de locura durante el cual mató a su mujer y a sus hijos. Horrorizado y con remordimientos por este acto, Hércules se habría suicidado, pero el oráculo de Delfos le comunicó que podría purgar su delito convirtiéndose en sirviente de su primo Euristeo, rey de Micenas. Euristeo, compelido por Hera, le impuso el desafío de afrontar doce difíciles pruebas, los doce trabajos de Hércules.

GALANTIS
Galantis (o Galintias) era, en la mitología griega, una sirviente pelirroja de Alcmena que la asistió durante el nacimiento de Heracles. Cuando Alcmena estaba de parto, estaba sufriendo dificultades para parir a un niño tan grande. Tras siete días pidió la ayuda de Lucina, la diosa de los nacimientos. Sin embargo, Lucina no la ayudó por expreso deseo de Hera. En lugar de ello, apretó sus manos y cruzó sus piernas, evitando que el niño naciera. Alcmena se retorció de dolor, maldijo los cielos y se puso al borde la muerte. Galantis observó a Lucina y dedujo los planes de Hera. Le dijo a la diosa que el niño había nacido, lo que la asustó tanto que saltó y abrió las manos. Esto liberó a Alcmena, que pudo dar a luz. Galantis rió y ridiculizó a Lucina, siendo transformada en comadreja como castigo. Siguió viviendo con Alcmena tras su transformación.

Fénix
(mitología), ave legendaria que vivía en Arabia. Según la tradición, se consumía por acción del fuego cada 500 años, y una nueva y joven surgía de sus cenizas. En la mitología egipcia, el ave fénix representaba el Sol, que muere por la noche y renace por la mañana. La tradición cristiana primitiva adoptaba al ave fénix como símbolo a la vez de la inmortalidad y de la resurrección. Se le ha visto una relación con el pájaro de fuego de la mitología aborigen americana.

SISIFO
En la mitología griega, rey de Corinto, hijo de Eolo, rey de Tesalia. Sísifo observó cómo el dios Zeus se llevaba a la hermosa joven Egina y le contó a su padre lo que había visto. Enfurecido con Sísifo, Zeus lo condenó al Tártaro, donde estaba obligado a llevar eternamente a la cima de una colina una piedra, que siempre caía rodando y, por tanto, su esfuerzo debía recomenzar.



PROMETEO

En la mitología griega, uno de los titanes, conocido como amigo y benefactor de la humanidad, hijo del titán Jápeto y la ninfa del mar Clímene o la titánide Temis. Prometeo y su hermano Epimeteo recibieron el encargo de crear la humanidad y de proveer a los seres humanos y a todos los animales de la tierra de los recursos necesarios para sobrevivir. Epimeteo (cuyo nombre significa ‘ocurrencia tardía’), procedió en consecuencia a conceder a los diferentes animales atributos como el valor, la fuerza, la rapidez, además de plumas, piel y otros elementos protectores. Cuando llegó el momento de crear un ser que fuera superior a todas las demás criaturas vivas, Epimeteo se dio cuenta de que había sido tan imprudente al distribuir los recursos que no le quedaba nada que conceder. Se vio forzado a pedir ayuda a su hermano, y Prometeo (cuyo nombre significa ‘prudencia’) se hizo cargo de la tarea de la creación. Para hacer a los seres humanos superiores a los animales, les otorgó una forma más noble y les dio la facultad de caminar erguidos. Entonces se dirigió a los cielos y encendió una antorcha con fuego del sol. El don del fuego que Prometeo concedió a la humanidad era más valioso que cualquiera de los dones que habían recibido los animales.
Estas acciones de Prometeo provocaron la ira del dios Zeus. No sólo había robado el fuego para los seres humanos, sino que también engañó a los dioses haciendo que ellos recibieran las peores partes de cualquier animal sacrificado y los seres humanos la mejor. En una pila, Prometeo colocó las partes comestibles de un buey, la carne y las entrañas, y las recubrió con el vientre del animal. En otra puso los huesos y los cubrió con grasa. Al pedirle a Zeus que eligiese entre las dos, el dios optó por la grasa y se sintió muy disgustado al descubrir que ésta cubría una pila de huesos. A partir de ese momento, sólo la grasa y los huesos se entregaron a los dioses en sacrificio; la buena comida quedaba para los mortales. Por las transgresiones de Prometeo, Zeus lo hizo encadenar a una roca en el Cáucaso, donde era atacado constantemente por un águila. Finalmente lo liberó el héroe Hércules, que mató al ave rapaz.

DEDALO
En la mitología griega, el arquitecto e inventor que diseñó para el rey Minos de Creta el laberinto en el que fue aprisionado el Minotauro, un monstruo comedor de hombres que era mitad hombre y mitad toro. El laberinto fue tan hábilmente diseñado que nadie podía escapar de ese espacio intrincado o del Minotauro. Dédalo reveló el secreto del laberinto sólo a Ariadna, hija de Minos, y ella ayudó a su amante, el héroe ateniense Teseo, a matar al monstruo y escapar. Encolerizado por la fuga, Minos encarceló a Dédalo y a su hijo Ícaro en el laberinto. Aunque los prisioneros no podían encontrar la salida, Dédalo fabricó alas de cera para que ambos pudieran salir volando del laberinto. Ícaro, sin embargo, voló demasiado cerca del sol; sus alas se derritieron y cayó al mar. Dédalo voló hasta Sicilia, donde fue recibido por el rey Cócalo. Minos persiguió después a Dédalo pero las hijas de Cócalo lo mataron.

MINOTAURO
En la mitología griega, monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Era hijo de Pasífae, reina de Creta, y de un toro blanco como la nieve que el dios Poseidón había enviado al marido de Pasífae, el rey Minos. Cuando Minos se negó a sacrificar el animal, Poseidón hizo que Pasífae se enamorara de él. Después de dar a luz al Minotauro, Minos ordenó al arquitecto e inventor Dédalo que construyera un laberinto tan intrincado que fuera imposible salir de él sin ayuda. Allí fue encerrado el Minotauro y lo alimentaban con jóvenes víctimas humanas que Minos exigía como tributo de Atenas. El héroe griego Teseo se mostró dispuesto a acabar con esos sacrificios inútiles y se ofreció a sí mismo como una de las víctimas. Cuando Teseo llegó a Creta, la hija de Minos, Ariadna, se enamoró de él. Ella lo ayudó a salir dándole un ovillo de hilo que él sujetó a la puerta del laberinto y fue soltando a través de su recorrido. Cuando se encontró con el Minotauro dormido, golpeó al monstruo hasta matarlo, salvando también a los demás jóvenes y doncellas condenados al sacrificio haciendo que siguieran el recorrido del hilo hasta la entrada.

ORFEO
Orfeo, en la mitología griega, poeta y músico, hijo de la musa Calíope y de Apolo, dios de la música, o de Eagro, rey de Tracia. Recibió la lira de Apolo y llegó a ser un músico tan excelente que no tuvo rival entre los mortales. Cuando Orfeo tocaba y cantaba, conmovía a todas las cosas, tanto animadas como inanimadas. Su música encantaba a los árboles y las rocas, amansaba las fieras y hasta los ríos cambiaban su curso para seguirlo.

Orfeo es más conocido por su desafortunado matrimonio con la adorable ninfa Eurídice. Poco después de la boda, la novia sufrió la picadura de una víbora y murió. Abrumado por el dolor, Orfeo decidió ir al mundo subterráneo para buscarla y llevarla otra vez al mundo de los vivos, algo que nadie había hecho hasta entonces. Hades, el soberano del reino subterráneo, quedó tan conmovido por su música que le devolvió a Eurídice, con la condición de que él no volviera la cabeza hacia atrás mientras regresaban al mundo de los vivos. Orfeo no pudo dominar su ansiedad, y cuando alcanzó la luz del día giró la cabeza, por lo que Eurídice se desvaneció. Desesperado, Orfeo renunció a la compañía humana y vagó por el desierto, tocando su música para las rocas, los árboles y los ríos. Finalmente, un violento grupo de mujeres tracias, seguidoras del dios Dioniso, se encontraron con el delicado músico y lo mataron. Cuando ellas arrojaron su cabeza cortada al río Hebro, ésta continuó llamando a Eurídice y llegó finalmente a la costa de Lesbos, donde las musas lo sepultaron. Después de su muerte, la lira de Orfeo se transformó en la constelación Lira.

HADES
Hades, en la mitología griega, dios de los muertos. Era hijo del titán Cronos y de la titánide Rea y hermano de Zeus y Poseidón. Cuando los tres hermanos se repartieron el universo después de haber derrocado a su padre, Cronos, a Hades le fue concedido el mundo subterráneo. Allí, con su reina, Perséfone, a quien había raptado en el mundo superior, rigió el reino de los muertos. Aunque era un dios feroz y despiadado, al que no aplacaba ni plegaria ni sacrificio, no era maligno. En la mitología romana, se le conocía también como Plutón, señor de los ricos, porque se creía que tanto las cosechas como los metales preciosos provenían de su reino bajo la tierra.

El mundo subterráneo suele ser llamado Hades. Estaba dividido en dos regiones: Erebo, donde los muertos entran en cuanto mueren, y Tártaro, la región más profunda, donde se había encerrado a los titanes. Era un lugar oscuro y funesto, habitado por formas y sombras incorpóreas y custodiado por Cerbero, el perro de tres cabezas y cola de dragón. Siniestros ríos separaban el mundo subterráneo del mundo superior, y el anciano barquero Caronte conducía a las almas de los muertos a través de estas aguas. En alguna parte, en medio de la oscuridad del mundo inferior, estaba situado el palacio de Hades. Se representaba como un sitio de muchas puertas, oscuro y tenebroso, repleto de espectros, situado en medio de campos sombríos y de un paisaje aterrador. En posteriores leyendas se describe el mundo subterráneo como el lugar donde los buenos son recompensados y los malos castigados.

ESTIGIA
Laguna Estigia, en la mitología griega, zona pantanosa del río Éstige en la que se encontraban los espíritus errantes de los muertos que no habían sido sepultados. Según la Teogonía de Hesíodo, se personificaba a Estigia como una hija del titán Océano y, además, como guardiana de los juramentos sagrados que vinculaban a los dioses.

CARONTE

Caronte, en la mitología griega, hijo de la Noche y de Erebo, que personificaba la oscuridad bajo la tierra a través de la cual las almas de los muertos iban hacia la morada del Hades, el dios de la muerte. Caronte era el viejo barquero que transportaba las almas de los muertos por la laguna Estigia hasta las puertas del mundo subterráneo. Admitía en su barca sólo a las almas de aquellos que habían recibido los ritos sepulcrales y cuyo paso había sido pagado con un óbolo colocado bajo la lengua del cadáver. Aquellos que no habían sido sepultados y a quienes Caronte no admitía en su barca eran condenados a esperar junto a la laguna Estigia durante 100 años.

ESFINGE
Esfinge, en la mitología griega, monstruo con cabeza y pechos de mujer, cuerpo de león y alas de ave. Acuclillada en una roca, abordaba a todos los que iban a entrar a la ciudad de Tebas planteándoles el siguiente enigma: “¿Qué es lo que tiene cuatro pies por la mañana, dos a mediodía y tres por la noche?”. Si los interpelados no resolvían el enigma, ella los mataba. Cuando el héroe Edipo lo resolvió respondiendo: “El hombre, que gatea al poco de nacer, camina sobre dos piernas cuando es adulto y anda con la ayuda de un bastón cuando llega a la vejez”, la esfinge se suicidó. Por haberlos librado de este monstruo terrible, los tebanos convirtieron a Edipo en su rey.

ERICTONIO
Erictonio (griego Ἐρεχθόνιος, Erekhthónios), también llamado Erecteo I, fue el primer rey semi-mítico de Atenas (otras fuentes dicen que fue Cécrope I). Los textos clásicos afirman que era hijo de Hefesto (Vulcano) y Atis (otras fuentes: de Gea), hija de Cranao, y que provenía de Sais, Egipto. En unión con Pasitea tuvo a Pandión.
Según el mito, cuando Hefesto (Vulcano) intentó violar a Atenea (Minerva), que buscaba un arma en su taller, el semen cayó sobre el muslo de la diosa, y al intentar quitárselo ella, fecundó a la Tierra (Gea), de ella nació Erecteo I o Erictonio, que significa nacido de la tierra.
Según Pausanias, Atenea puso a Erictonio dentro de una cesta, que entregó a tres hermanas, llamadas Aglauro, Herse y Pándroso. Les prohibió abrirla, pero Herse y Aglauro la desobedecieron y al ver a Erictonio, con cuerpo de serpiente, enloquecieron y se lanzaron por la parte más abrupta de la Acrópolis de Atenas. También dice que Erictonio podría ser la serpiente tallada junto a la lanza de la Atenea Partenos, esculpida por Fidias y sita en el Partenón.

DEMETER
Deméter, en la mitología griega, diosa de los granos y de las cosechas, hija de los titanes Cronos y Rea. Cuando su hija Perséfone fue raptada por Hades, dios del mundo subterráneo, el dolor de Deméter fue tan grande que descuidó la tierra; no crecieron plantas y el hambre devastó el universo. Consternado ante esta situación, Zeus, el regidor del mundo, pidió a su hermano Hades que devolviese Perséfone a su madre. Hades asintió, pero antes de liberar a la muchacha hizo que ésta comiese algunas semillas de granada que la obligarían a volver con él durante cuatro meses al año. Feliz de reunirse de nuevo con su hija, Deméter hizo que la tierra produjese flores primaverales y abundantes frutos y cereales para las cosechas. Sin embargo, su dolor retornaba cada otoño cuando Perséfone tenía que volver al mundo subterráneo. La desolación del invierno y la muerte de la vegetación eran consideradas como la manifestación anual del dolor de Deméter cuando le arrebataban a su hija. Deméter y Perséfone eran veneradas en los ritos de los misterios de Eleusis. El culto se extendió de Sicilia a Roma, donde se veneraba a estas diosas como Ceres y Proserpina.

POSEIDON
Poseidón, en la mitología griega, dios del mar, hijo del titán Cronos y la titánide Rea, y hermano de Zeus y Hades. Poseidón era marido de Anfitrite, una de las nereidas, con quien tuvo un hijo, Tritón. Poseidón, sin embargo, tuvo otros numerosos amores, especialmente con ninfas de los manantiales y las fuentes, y fue padre de varios hijos famosos por su salvajismo y crueldad, entre ellos el gigante Orión y el cíclope Polifemo. Poseidón y la gorgona Medusa fueron los padres de Pegaso, el famoso caballo alado.

PROTEO
Proteo (mitología), en la mitología griega, hijo de Poseidón, dios del mar, o su sirviente y cuidador de sus focas. Proteo conocía todas las cosas pasadas, presentes y futuras pero era capaz de cambiar voluntariamente su aspecto para evitar a los que requerían de su facultad profética. Todos los días, a mediodía, Proteo surgía del mar y dormía a la sombra de las rocas en la isla de Faros, en Egipto, con sus focas tendidas a su alrededor. Todo aquel que deseara saber el futuro tenía que retenerlo en ese momento e intentar no soltarlo cuando asumía apariencias horribles, como animales salvajes y monstruos terribles. Si ninguna de sus artimañas prosperaba, Proteo recuperaba su forma habitual y decía la verdad. Entre los que lucharon con Proteo para conocer la verdad se encontraba Menelao, rey de Esparta.

EUTERPE MUSAS
Musas, en la mitología griega, nueve diosas e hijas del dios Zeus y Mnemosine, la diosa de la memoria. Las musas presidían las Artes y las Ciencias y se creía que inspiraban a los artistas, especialmente a poetas, filósofos y músicos. Calíope era la musa de la Poesía épica, Clío la de la Historia, Euterpe de la Poesía lírica, Melpómene de la Tragedia, Terpsícore de la Música y la Danza, Erato de la Poesía amorosa, Polimnia de la Poesía sagrada, Urania de la Astronomía y Talía de la Comedia.

Se decía que eran las compañeras de Las Gracias y de Apolo, el dios de la música. Ellas se sentaban junto al trono de Zeus, rey de los dioses, y cantaban su grandeza, el origen del mundo y sus habitantes, así como las gloriosas hazañas de los héroes. Se las veneraba en toda la antigua Grecia, especialmente en el Helicón, Beocia, y en Pieria, Macedonia.
Afrodita, en la mitología griega, diosa del amor y la belleza, equivalente a la Venus romana. En la Iliada de Homero aparece como la hija de Zeus y Dione, una de sus consortes, pero en leyendas posteriores se la describe brotando de la espuma del mar y su nombre puede traducirse como 'nacida de la espuma'. En la leyenda homérica, Afrodita es la mujer de Hefesto, el feo y cojo dios del fuego. Entre sus amantes figura Ares, dios de la guerra, que en la mitología posterior aparece como su marido. Ella era la rival de Perséfone, reina del mundo subterráneo, por el amor del hermoso joven griego Adonis.

AFRODITA
Tal vez la leyenda más famosa sobre Afrodita está relacionada con la guerra de Troya. Eris, la diosa de la discordia, la única diosa no invitada a la boda del rey Peleo y de la nereida Tetis, arrojó resentida a la sala del banquete una manzana de oro destinada "a la más hermosa". Cuando Zeus se negó a elegir entre Hera, Atenea y Afrodita, las tres diosas que aspiraban a la manzana, ellas le pidieron a Paris, príncipe de Troya, que diese su fallo. Todas intentaron sobornarlo: Hera le ofreció ser un poderoso gobernante; Atenea, que alcanzaría una gran fama militar, y Afrodita, que obtendría a la mujer más hermosa del mundo. Paris seleccionó a Afrodita como la más bella, y como recompensa eligió a Helena de Troya, la mujer del rey griego Menelao. El rapto de Helena por Paris condujo a la guerra de Troya.

ATLAS
Atlas (mitología), en la mitología griega, hijo del titán Jápeto y de la ninfa Clímene, y hermano de Prometeo. Atlas luchó con los titanes en la guerra contra las deidades olímpicas. Como castigo, fue condenado a cargar para siempre en sus espaldas la tierra y el firmamento y en sus hombros la gran columna que los separaba.

Atlas era el padre de las Hespérides, las ninfas que guardaban el árbol de las manzanas de oro, y Hércules le solicitó ayuda para realizar uno de sus trabajos. Hércules se ofreció a asumir la carga de Atlas si éste le conseguía las manzanas de oro. Atlas aceptó de buen grado, pensando librarse para siempre de su peso abrumador. Una vez que Atlas volvió con las manzanas, Hércules le pidió que lo descargara por un momento del peso en la espalda para acomodarse una almohada en los hombros. Atlas volvió a sostener la carga y Hércules escapó con las manzanas.

HIPERION
Hiperión, en la mitología griega, uno de los titanes. Era padre de Helios, dios del sol, de Selene, diosa de la luna, y de Eos, diosa de la aurora.

PIERIDES
En la mitología griega las Piérides eran —en un principio— las hijas de Píero, rey de Macedonia y de Evipe. Eran nueve jóvenes doncellas orgullosas por creerse especialmente dotadas con un excepcional talento para la música, el canto y la poesía. Estaban tan orgullosas de su virtud que decidieron atravesar la Tesalia y parte de Grecia hasta llegar al monte Helicón para retar a Las Musas y así, disputarles la supremacía del canto. «Si sois vencidas—dijeron las Piérides—nos cederéis el Parnaso y las floridas riberas del Hipocrene; si obtenéis la victoria os daremos los valles de Macedonia y buscaremos un asilo en los montes nevados de la Tracia»; las Musas aceptaron el reto.
Las Piérides comenzaron su canto celebrando con versos largos y monótonos el combate de Zeus y los Gigantes; prodigando así, desmesuradas alabanzas a la bravura de los hijos de la Tierra. Su canto les brotaba sin vida, sin color ni concordancia... La Musa Calíope fue la que se encargó de responderles y tejió en el acto un himno al poder infinito de los dioses y al Señor del universo, que con un soplo da vida a la creación y con una mirada reduce a todos los seres a la nada... Después, cantó la historia de Deméter y su eterno vagar por el mundo, su solicitud maternal, su temor, su esperanza y los numerosos beneficios que por ella prodigamos, que le hicieron digna de tantos templos levantados en su honor.
Apenas hubo acabado el canto, las ninfas del Parnaso, que debieron ejercer como jueces, le otorgaron la victoria a las Musas. Las hijas de Piero prorrumpieron entonces en fuertes protestas agrediendo a su rivales; pero al momento sus cuerpos se cubrieron de plumas negras y blancas y quedaron convertidas en urracas, yendo a posarse luego en las ramas de los árboles cercanos. Bajo ésta nueva forma, conservaban aún el mismo temperamento en ser charlatanas e inoportunas.
El poeta Nicandro nos ofrece los nombres de éstas doncellas: Colímbade, Iinge, Céncride, Cisa, Claoris, Acalántide, Nesa, Pipo y Dracóntide. Pausanias, sin embargo, dice que Las Piérides tenían el mismo nombre que Las Musas, hasta el punto de que los hijos atribuidos a estas últimas, en realidad, serían hijos de las Piérides.

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