domingo, 19 de octubre de 2008

ANALISIS "EL ALMOHADON DE PLUMA" DE QUIROGA

Tema: la muerte

Personajes:

Alicia: Cálida, hace referencia al “país de las maravillas”. “Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia.”
Se resigna” había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños”
Nunca le puede decir a su marido lo que piensa: “Lloró largamente todo su espanto callado,”

Jordán: frió, simboliza la muerte. Poco demostrativo. “el impasible semblante de su marido”

Marca temporal: “Durante tres meses —se habían casado en abril—“

“La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.” La casa es igual que Jordán.
Primer gesto de ternura:
“De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello.”

Decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga

I : Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.
II : Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
III : Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
IV : Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
V : No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
VI : Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
VII : No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
VIII : Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX : No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.
X : No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

Horacio Quiroga

Horacio Quiroga nació en el Salto uruguayo en 1879 y murió en Buenos Aires en 1937.
Inició su carrera literaria con un libro de poesía, Los arrecifes de coral (1901), antes de trasladarse a Argentina, donde transcurrió el resto de su vida.
La selva misionera tuvo una relación directa con la vida del autor que vivió largos períodos de su existencia en Iviraromí, cerca de las ruinas jesuíticas. El saber sobre un territorio, saber por experiencia, de una zona de frontera a la que sus lectores de la ciudad no tenían acceso, fue en su tiempo una marca de estilo del escritor. Hoy puede pensarse más bien como una obsesión, como necesidad, como invento. Quiroga, un dandy refinado a los veinte, devino a través de los años tragedias y desengaños, un escritor excéntrico, seductor y con pretensiones de náufrago.
Esta síntesis de su vida y de su estilo, incluye el descubrimiento de la selva en una expedición fotográfica a las ruinas de San Ignacio, con Leopoldo Lugones, en 1901, y su posterior elección como lugar desde el cual escribir. Los factores que influyeron en su obra, sus esposas, sus hijos, la relación con San Ignacio, la muerte de su padre y de su padrastro, y cómo todos estos hechos crearon en él una gran obsesión.
Su vida:
Horacio Quiroga nació en Salta, Uruguay, el 31 de diciembre de 1879, y murió en Buenos Aires el 19 de febrero de 1937. Recibió su educación en el Instituto Politécnico de su ciudad natal. En 1898 conoció a Leopoldo Lugones en Buenos Aires, quien había de ejercer importante influencia sobre él. En 1900 fue uno de los promotores de un movimiento literario en Montevideo que recibió el nombre de "Consistorio del Gay Saber".
También fueron una gran influencia para él, el italiano D´Annunzio y el norteamericano Edgar Allan Poe. Inició sus actividades de escritor con un libro de versos, Los arrecifes de coral, en 1901, se trasladó seguidamente de manera definitiva a la Argentina, donde transcurrió el resto de su vida. Vivió largo tiempo en el territorio de Misiones, inspirándole su exuberante naturaleza no poca parte de su obra.
Era el hijo del caudillo Facundo Quiroga, tuvo una vida llena de trágicos episodios, los cuales influyeron mucho en su forma de escritura y la permanente aparición de la muerte en sus cuentos. La muerte accidental de su padre, a quien se le escapó un tiro de escopeta mientras descendía de un bote, la cual transcurre cuando Quiroga tenía sólo 2 meses; la pérdida de dos hermanas, Pastora y Prudencia, que murieron de fiebre tifoidea en el Chaco argentino; el suicidio de su padrastro, Ascencio Barcos, delante suyo luego de sufrir una terrible parálisis cerebral. Más tarde, tras seis años de matrimonio, Ana María Cirés (su primera esposa, con la cual se casa en el año 1910, luego de haber vencido la dura oposición de la familia Cirés) agoniza ocho días después de haberse envenenado. También su hija Eglé, nacida en Misiones, en el año 1911, se quitaría la vida un año después de su muerte (1937).Y Darío Quiroga, su hijo, se mataría en 1952. María Elena Bravo, su segunda esposa y la única adolescente que lo amó si sortear oposiciones familiares (era 30 años menor que el escritor, y amiga de su hija Eglé), lo abandonó en medio de su selva, después de seis años de matrimonio, llevándose a "Pitoca" la pequeña hija de ambos.
En 1936 debió internarse en el Hospital de Clínicas por un dolor en el estómago. "No veo el día, amigo, de volver a San Ignacio" le escribió a Isidoro Escalera. La espera era eterna. Cinco meses después un médico le dijo que tenía cáncer. Quiroga no dijo ni una palabra. Salió a dar una vuelta por la ciudad y esa misma medianoche se suicidó con cianuro.
Obras más importantes:
Su primer libro fue una selección de poemas que se llamó "Los arrecifes de coral" y fue publicado en 1901. En 1904 aparece "El crimen del otro" y en 1908 presenta su primera novela "Historia de un amor turbio". Años más tarde la segunda "Pasado amor". Se publican los "Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte" en 1916, escritos entre 1910 y 1916 en Misiones, "El Salvaje" en 1920, "Cuentos de la Selva" en 1921, "Anaconda" en 1923, "Los Desterrados" en 1926, "El Desierto" en 1924 y "Más Allá" en 1934 siendo ésta su última obra.
Misiones:
Quiroga conoció San Ignacio en 1903, como fotógrafo de una expedición a las ruinas jesuíticas, encargada por el Ministerio de Instrucción Pública al escritos Leopoldo Lugones, su maestro. Quiroga pisó la selva vestido de blanco, y alterado por el asma y la dispepsia tenaz. Su conducta fue exasperante: en Posadas se negó a subirse a una mula y exigió un caballo; como los expedicionarios marchaban a paso lento, él se adelantaba o se demoraba y todos debían detenerse a esperarlo durante horas. Pero Misiones fue un bálsamo: la dispepsia y el asma desaparecieron. "Aquí el invierno me trae olor a azahar y melón silvestre de Misiones" escribió en Buenos Aires.
Y en 1906 compró sin más 185 hectáreas sobre el río Paraná y levantó un bungalow de madera con sus propias manos.
"En los alrededores y dentro de las ruinas de San Ignacio, la subcapital del Imperio Jesuítico, se levanta en Misiones el pueblo actual del mismo nombre. Constitúyenlo una serie de ranchos ocultos unos de los otros por el bosque. Hay en la colonia almacenes, muchos más de los que se pueden desear, al punto de que no es posible ver abierto un camino vecinal sin que en el acto de un alemán , un español o un sirio se instale en el cruce con un boliche. En el espacio de dos manzanas están ubicadas todas las oficinas públicas: Comisaría, Juzgado de la Paz, Comisión Municipal, y una escuela mixta. Como nota de color, existe en las mismas rutinas - invadidas por el bosque - un bar, creado en los días de fiebre de la yerba mate, cuando los capataces que descendían del Alto Paraná hasta Posadas bajan ansiosos en San Ignacio a parpadear de ternura ante una botella de whisky."
"El techo de incienso."
La selva fue su mayor inspiración, y su refugio al huir de un pasado trágico.
Gracias a Horacio Quiroga, San Ignacio, un pueblo de tan sólo cuatro mil habitantes, ingresó a la historia del país, porque ni las famosas ruinas jesuíticas le dieron tanto renombre como este escritor con aire de chiflado que andaba en bermudas, jugaba picadas por el Paraná domando un motor fuera de borda, y rompía irrespetuosamente la siesta del pueblo con dos máquinas feroces: un Ford T negro y una Harley Davidson del veinticinco.
Un 19 de febrero de 1937, los misioneros al leer el diario, no pudieron creerlo, el juez de paz de San Ignacio; el destilador de naranjas; el carbonero y picepedrero; el productor de yerba; el fabricante de dulce de maní, maíz quebrado, mosaicos de bleck y arena ferruginosa; el inventor de un exótico aparato para matar hormigas; el hombre que obtuvo resina de incienso y tintura del lapacho, ese mismo era poeta. Y uruguayo.
Trabajó la tierra e impuso en un medio salvaje, la ley urbana de la producción. Y todo lo hizo con sus manos y recuperó su pasión juvenil por la química, la misma que de madrugada despertaba a su familia con incendios y explosiones. Y el viejo anhelo de la mecánica, el ciclismo y su oculta vocación por la marina hallaron libre curso en su recoveco salvaje.
"Misiones, colocada a la vera de un pueblo que comienza allí y termina en Amazonas, guarece a una serie de tipos a los que podría lógicamente imputarse cualquier cosa menos ser aburridos. La vida, más desprovista de interés al norte de Posadas, encierra dos o tres pequeñas epopeyas de trabajo o carácter, si no de sangre."
Y él mismo al describir a esos pintorescos seres de frontera, dejó en sus cuentos la huella de su propia epopeya misionera. Fabricando a fuego lento su carbón, fertilizando su meseta pedregosa destilando vino de naranja, clavando y desarmando cien veces la misma canoa, reparando durante cuatro años las goteras del techo de su casa, embalsamando aves, confeccionando sus zapatos, conversando con Anaconda, la víbora que criaba en su jardín, descubrió que escribir era lo mismo que domar los cuatro elementos: un oficio, no un rapto de inspiración.
Y este aprendizaje fue un hito de la historia de la literatura argentina. Hasta ese momento, como un escritor no hacía un trabajo rentable. Al publicar obras sin costearlas de su bolsillo y escribir artículos remunerados en "Fray Mocho", "Caras y Caretas", "La Nación", "El Hogar" y otros medios periodísticos, se trasformó en un escritor accesible y popular. Sin embargo, Quiroga era popular para todos sus contemporáneos excepto para sus vecinos.
Sólo se sentía a gusto con los trabajadores. Luego de un rato con ellos, Quiroga apuntaba frases en papelitos que guardaba en una lata de galletitas. Esa era la materia prima de sus futuros cuentos. Por eso, su obra registra la transformación económica de Misiones: de la selva a la plantación. Y los protagonistas de esa gesta no son héroes convencionales sino "desterrados". Jangaderos, cantereros, gente de vida dura. Describiendo sus días, Quiroga escribió su autobiografía.
"Iniciábase en aquellos días el movimiento obrero, en una región que no conserva del pasado jesuítico sino dos dogmas: la esclavitud del trabajo, para el nativo, y la inviolabilidad del patrón."
Así describió esos tiempos, época en que se juntaba a los mensú, (trabajadores mensuales) en camiones que los trasladaban para ser explotados en obrajes y yerbales. Algunos nunca regresaban, los cadáveres de otros aparecían flotando en el Paraná. Quiroga mismo los vio, devolviendo al río en agua de sus pulmones. Todos los mensú adormecían sus resentimientos y amarguras con caña, y los pocos que volvían cada tanto al pueblo gastaban el resto del sueldo en las casas de juego y los prostíbulos del puerto. Cerca de la charca de Quiroga, en la
Unión Obrera y Campesina, allá por el año quince se gestaba la anarquía y la rebelión.
Horacio Quiroga también tuvo una plantación de yerba mate, La Yabebirí. Pese al entusiasmo y algunas ventas, no hizo ganancias. "Yo soy agricultor, no comerciante.", decía.
En los cuentos "Una bofetada" y "Los mensú", Quiroga describió otro oficio en extinción: la janjada.
La obsesión Quiroga sobrepasó San Ignacio. En 1928, ya con segunda esposa, vive en una casaquinta de Vicente López que reproducía el ambiente de su bungalow misionero: a falta de maderas, armó y desarmó su viejo Ford, y criaba un coatí, un oso hormiguero, un carpincho y un flamenco en el jardín. Sostenía correspondencia con Isidoro Escalera, el socio de algunas aventuras misioneras, y su casero. Intentaba vender yerba en Buenos Aires y naranjas en Garupá. Y lo desvelaban las hormigas que acechaban entre sus plantas. "Ya no puedo estar más sin Misiones", bramaba.
Con respecto a la fermentación de vino de naranjas, en 1930, Quiroga ya se había dado cuenta que no sería un buen negocio. Pero Quiroga no se dio por vencido. Especuló con vender las naranjas de su plantación a 40 pesos el millar. Soñó y soñó todo el tiempo, porque sus productos nunca le dieron demasiado dinero. Sus ingresos provenían mayormente de la literatura: "Valdría la pena exponer un día esta peculiaridad mía de no escribir sino incitado la economía."
Sus últimos años, sólo cobró 50 pesos por un cargo de cónsul honorario, fruto de la gestión de algunos escritores amigos ante el gobierno uruguayo. Era cada día más pobre y empezaba a cansarse. Incitado por Jorge Luis Borges, los nuevos intelectuales lo consideraban antiguo y lo bombardeaban con todo tipo de artillería. Cada vez le costaba más vender sus trabajos. Había escrito 170 de cuentos y el doble de artículos periodísticos. Hacía balances: "Tengo mi derecho a resistirme a escribir más. Si en dicha cantidad de páginas no dije lo que quería no es tiempo ya de decirlo"

El almohadón de pluma

El almohadón de plumas

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados dél hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
Horacio Quiroga

El almohadón de plumas

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados dél hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

sábado, 18 de octubre de 2008

EJE DE LA TEMPORALIDAD

Valor: para Saussure todas las lenguas tienen el mismo valor, tanto la lengua del pueblo mas cultivado como la del más ignorante, tienen el mismo valor como lengua, como expresión de un pueblo, de una comunidad.

EJE DE LA TEMPORALIDAD


SINCRONÍA

SXIX. La lingüística de este siglo esta preocupada por la historia. Es el estado de la lengua en un momento determinado, basta de diacronía y lingüística histórica. Se debe practicar una lingüística y una gramática sincrónicas; que expresen el estado de las lenguas en determinado momento tal como las lenguas se usan por los hablantes en ese momento. No conoce más que una perspectiva, la de los sujetos hablantes y todo consiste en recoger su testimonio. Tiene como objeto e conjunto de hechos correspondiente a cada lengua. Hecho estático.

DIACRONÍA

Es el estudio histórico de una o varias lenguas. Es todo lo que se relaciona con las evoluciones: es una fase de la evolución, eje histórico de las sucesiones: “tomaré un elemento por vez, por Ej.: estudiaré que la expresión individual “vuestra merced” se transformó en las actual forma”usted”
La lingüística diacrónica distingue dos perspectivas: la prospectiva (que sigue curso de tiempo) y la retrospectiva (que lo remonte).

domingo, 12 de octubre de 2008

GRAMÁTICA TRADICIONAL Y MODERNA

GRAMÁTICA
La gramática tiene cuatro componentes:
La sintaxis: con orden
La morfología: forma, flexión femenina, masculino, singular o plural.
La semántica: significado.
Lo fonético: sonido.


GRAMÁTICA TRADICIONAL
Viene desde Platón, Grecia y Roma Antigua. La primera gramática española la escribió Elio Antonio de Nebrija en 1492, parta la Reina Isabel I. Durante la edad media y el renacimiento (s. XVI-SXVII) le dan prioridad a la lengua escrita sobre la oral. El interés por lo escrito en la lengua prestigiosa de los autores consagrados.
La lengua literaria escrita es considerada correcta y pura. Estas son el griego y el latín. El gramático tiene que preservar la lengua pura. Dictaminar el buen decir y escribir. Debía preservar a la lengua del peligro de la corrupción. Era restrictiva. La gramática era normativa o prescriptiva, cuya principal preocupación era emitir juicios acerca de la forma correcta o incorrecta de los textos. No observa, prescribe y legisla.

GRAMÁTICA MODERNA
SXIX-XX Ferdinand de Saussure (1857-1913), lingüista suizo, se pregunta con qué sustancia trabaja la lingüística, con el lenguaje humano.
El lenguaje debe tener en cuenta todas las formas de expresión. El objeto de estudio de la lingüística es el lenguaje. La tarea no es decir que está bien o mal, ni cómo la gente tiene que escribir o hablar. Tiene que describir como las personas realmente hablan y escriben. La lingüística es descriptiva, no prescriptiva. Es el modelo de Chomsky.

Elio Antonio de Nebrija
(1441-1522), humanista y gramático español, cuyo verdadero nombre era Antonio Martínez de Cala e Hinojosa. Nació en Lebrija (Sevilla) y murió en Alcalá de Henares. Decidió cambiar su nombre y se hizo llamar Elio (del latín Aelius) y Nebrija, variante del topónimo de su ciudad natal. Recibió una sólida formación: estudió humanidades en Salamanca y siendo joven, con 19 años, marchó a Italia. Fue en la Universidad de Bolonia donde continuó y terminó sus estudios diez años después. De vuelta a España trabajó primero para el obispo Fonseca en Sevilla y después consiguió el cargo de docente en la Universidad de Salamanca donde impartió Gramática y Retórica. En el año 1513 fue nombrado profesor de la Universidad Complutense de Alcalá de Henares y recibió el encargo del cardenal Cisneros de trabajar en la Biblia Políglota Complutense.

Nebrija se debatió entre la moda de su tiempo, la vuelta a los clásicos que conforma el humanismo y preside el renacimiento, y su interés por sistematizar y hacer accesible el saber recibido. En Salamanca consiguió su fama de humanista y se aplicó en la tarea de sentar las bases para la reforma de la enseñanza del latín. Para ello publicó Introductiones latinae (1481), gramática del latín que se divide en dos partes: una llamada analogía, denominación que pervivió en los textos de gramática hasta el siglo XX para tratar la morfología, y otra que versa sobre sintaxis, ortografía, prosodia, figuras retóricas y un léxico no muy extenso. Dada la difusión que adquirió su obra, decidió traducirla él mismo al castellano y se convirtió en libro de texto de latín hasta el siglo XIX.

Animado por la buena acogida suscitada por este manual, acometió la tarea de redactar la célebre Gramática de la lengua castellana, que se publicó en 1492, año del descubrimiento de América. En ella mantuvo los mismos criterios científicos que en la obra anterior. Su carácter innovador reside en haber escrito la primera gramática normativa que se conoce. Las razones de su elaboración son políticas, según explica en el prólogo: entiende que la lengua debe ser elemento identificador de un pueblo y vínculo que una a sus gentes, por eso "debe llevarse en expansión" a cuantos pueblos "acudan las fuerzas militares". El libro está dedicado a la reina Isabel I la Católica. En 1517 añadió, a la Gramática, las Reglas de ortografía castellana, siguiendo los mismos criterios normativos y las mismas razones. Sus obras inspiraron esfuerzos similares en otras lenguas europeas.

Su actividad abarcó también trabajos de análisis y comentario erudito, que hoy serían calificados de ediciones críticas, acerca de autores como Aurelio Prudencio y Virgilio, los Evangelios, las Epístolas y el Vocabulario español-latín, latín-español. La exposición que Nebrija hizo de la gramática del español como un conjunto de reglas que describen una lengua, influyó en la Gramática de Port-Royal y entusiasmó al mismo Noam Chomsky. Nebrija fue, ante todo, un hombre moderno, preocupado también por cómo educar a los hijos, lo que demuestra en De liberis educandi. También tradujo al latín la Historia de los Reyes Católicos, que incluye muchos fragmentos de la obra en castellano de Hernando del Pulgar.




Ferdinand de Saussure
(1857-1913), lingüista suizo, considerado el fundador de la lingüística moderna.

Nacido en Ginebra, Suiza, durante un año asistió a clases de ciencias en la Universidad de Ginebra antes de cursar estudios de lingüística en la Universidad de Leipzig (Alemania) en el año 1876. Siendo todavía estudiante publicó el importante tratado Mémoire sur le système primitif des voyelles dans les langues indo-européennes (Memoria sobre el sistema primitivo de las vocales en las lenguas indoeuropeas, 1879). Después de obtener su doctorado con su tesis De l’emploi du génitif absolu en sanskrit (El empleo del genitivo absoluto en sánscrito, 1881), se trasladó a París, ciudad en la que impartió clases de gramática comparada en la Escuela de Altos Estudios hasta el año 1891.

Posteriormente fue profesor de sánscrito y de lenguas indoeuropeas en la Universidad de Ginebra. En 1907 fue nombrado catedrático de lingüística general. Su Cours de linguistique générale (Curso de lingüística general), reconstrucción de sus teorías, es la recopilación de sus clases y otros materiales que sus discípulos Bally y Séchehaye recogieron y publicaron en 1916 como obra póstuma de su maestro. Por esta obra a Saussure se le denomina ‘padre del estructuralismo’, ya que determina las consecuencias del enfoque estructuralista en el estudio del lenguaje.

Fundamentó la semiótica gracias a una serie de oposiciones teóricas, la primera y fundamental entre langue (lengua), “serie de signos coexistentes en una época dada al servicio de los hablantes”, y parole (habla), el uso individual y concreto de esa serie de signos; es decir, el sistema abstracto frente a las realizaciones concretas. También distinguió entre la dimensión sintagmática y la paradigmática, entre el estudio sincrónico (estudio de la lengua en su aspecto estructural) y el diacrónico (estudio de su evolución), y definió signo lingüístico como combinación del signifiant (significante), imagen acústica, y del signifié (significado), su concepto.

Su trabajo, que ha sido fundamental en la evolución de la lingüística durante la primera mitad del siglo XX, ha influido también en otras ciencias, como la antropología, la historia y la crítica literaria.


Noam Chomsky
(1928- ), lingüista, profesor y activista político estadounidense. Chomsky es el fundador de la gramática generativa, un sistema de análisis del lenguaje que ha revolucionado la lingüística moderna.

Abraham Noam Chomsky nació el 7 de diciembre de 1928 en Filadelfia, Pensilvania. Estudió en la Universidad de Pensilvania, donde se doctoró en Lingüística en 1955. Ese mismo año se incorporó como profesor de francés y alemán al Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y en 1976 pasó a ser catedrático de Lingüística de la mencionada institución.

Chomsky fue el creador de un nuevo modelo lingüístico, la gramática generativa, que expuso por primera vez en su libro Estructuras sintácticas. Estableció una diferencia entre el conocimiento innato y con frecuencia inconsciente que los individuos tienen de la estructura de su lengua y el modo en que utilizan ésta diariamente. El primero, al que llamó “competencia”, permite al hablante distinguir las oraciones gramaticales de las que no lo son, así como generar y comprender un número ilimitado de oraciones nuevas. El segundo, que llamó “actuación”, es la manifestación de la competencia, las oraciones realmente emitidas por el hablante en los actos de habla concretos. Para Chomsky, la lingüística también debe ocuparse de las estructuras profundas, del proceso mental que subyace bajo el uso del lenguaje.

Chomsky situó la lingüística en el centro de los estudios sobre la mente. Según él, la teoría lingüística debe dar cuenta de la gramática universal, del conocimiento innato común a todos los miembros de la especie humana; debe igualmente explicar el hecho de que los niños aprenden a hablar con fluidez a una temprana edad, a pesar de los escasos datos y la poca experiencia con los que cuentan. De estas exigencias deriva su contribución a las ciencias cognitivas, que pretenden comprender el modo en que piensa, aprende y percibe el ser humano. De igual importancia fue su reivindicación de una teoría válida sobre los procesos mentales que reemplazara al empirismo, modelo dominante en la ciencia estadounidense, según el cual la experiencia es la fuente del conocimiento.

Chomsky inició su activismo político relativamente pronto, pero comenzó a publicar más intensamente sobre estos temas en la década de 1960, en respuesta a la actuación de su país en el Sureste asiático. Restó dedicación a su trabajo sobre lingüística para escribir acerca del papel de la comunidad académica y de los medios de comunicación en la obtención del apoyo de la opinión pública a la política de Estados Unidos. Abordó igualmente las consecuencias de la política exterior de Estados Unidos, y se manifestó a favor de que los intelectuales recurran a métodos científicos para cuestionar las políticas gubernamentales que encuentren inmorales y desarrollar estrategias prácticas que las combatan.

Entre las publicaciones más importantes de Chomsky, aparte de la ya mencionada Estructuras sintácticas (1957), se encuentran: Aspectos de la teoría de la sintaxis (1965), Principios de fonología generativa (1968, escrito en colaboración con Morris Halle), Lingüística cartesiana (1966), El lenguaje y el entendimiento (1968) y El programa minimalista (1995). Algunos de sus escritos políticos son La responsabilidad de los intelectuales y otros ensayos históricos y políticos (1969); Guerra o paz en Oriente Medio (1974); El miedo a la democracia (1991); El nuevo orden mundial (y el viejo) (1994); Estados canallas (2000); 11-09-2001 (2001), obra que recoge siete entrevistas en las que Chomsky analiza el más sangriento atentado terrorista de la historia de Estados Unidos; y Poder y terror (2003).

TEORÍA

A propósito de la ficción, (cuento, novela) nos debemos plantear el origen del mundo creado en la realidad del escritor (hablamos del escritor, no del narrador).
¿Cómo una historia adquiere significado?
La historia nace de imágenes nacidas de la observación, también de lo que se escucha.
¿Cómo va creciendo?
Bécquer dice que hay que escribirlo evocado (del latín, llamado), la sensación, la traslación de la historia.
Tizón dice que es como el armado del alfarero, la creación literaria.
También las historias de ficción pueden nacer de imágenes recordadas o que nos cuentan, el proceso de la escritura es el ordenador de la historia.
¿De cuántas maneras podemos contar una misma historia?
De innumerables maneras, cuento, novela, obra de teatro, film.
Bernard Shaw, escritor contemporáneo en su novela Pigmalión, suspende la historia y cambia el formato por guión cinematográfico, luego realiza un ensayo de lo que los personajes podrían haber llegado a hacer.
La imagen es un punto vital, nace del autor y él la maneja.

George Bernard Shaw (1856-1950), escritor de origen irlandés, considerado el autor teatral más significativo de la literatura británica posterior a Shakespeare. Además de ser un prolífico autor teatral —escribió más de 50 obras—, fue el más incisivo crítico social desde los tiempos del también irlandés Johnathan Swift, y el mejor crítico teatral y musical de su generación. Fue asimismo uno de los más destacados autores de cartas de la literatura universal.

Utópico y visionario, hombre tímido, introspectivo y discretamente generoso, Shaw era, al mismo tiempo, la antítesis del romántico, en su papel de despiadado crítico irreverente con las instituciones. Aderezó en sus trabajos más serios con un sutil sentido del humor y consiguió convertir en interesantes obras teatrales, animadas por epigramas y diálogos vivaces, lo que en manos de otros autores hubieran sido estudios sobre los más distintos temas sociales.

Nació el 26 de julio de 1856 en Dublín. Su poco pragmático padre, un comerciante con escaso éxito económico, pertenecía a la burguesía protestante de Irlanda. El joven asistió a escuelas tanto católicas como protestantes y, comenzó a trabajar a los 16 años, por lo que hubo de completar su educación de un modo autodidacta. Cuando el matrimonio de sus padres se disolvió, su madre y sus hermanas se marcharon a vivir a Londres, donde él se les unió en 1876.

PRIMERAS OBRAS

La siguiente década de su vida estuvo marcada por una pobreza rayana en la miseria. Ni las críticas musicales (en las que utilizaba como seudónimo el apellido de un amigo suyo) ni el trabajo que consiguió en una compañía telefónica, le duraron mucho, y sólo pudo publicar dos de las cinco novelas que había escrito entre 1879 y 1883. Una de ellas, La profesión de Cashel Byron (1882), anticipa la temática de la prostitución como profesión antisocial, que constituirá el argumento central de su obra teatral de 1893 Trata de blancas. La otra, Un socialista asocial (1883), se anticipa al interés del autor por los escritos de Karl Marx, que descubriría hacia la mitad de la década de 1880, y a raíz de los cuales comenzaría, como periodista crítico, a participar en las polémicas de su tiempo sobre el socialismo. Se convirtió asimismo en un firme defensor y militante convencido del vegetarianismo, en un destacado orador y, como experimento, en autor teatral. Su papel fue determinante en la fundación y el sostenimiento de la Sociedad fabiana, grupo de socialistas de clase media que defendía la transformación de la sociedad y el gobierno ingleses mediante la asimilación, en lugar de la revolución. A través de los fundadores de la Sociedad fabiana, Sidney y Beatrice Webb, Shaw conoció a la rica irlandesa Charlotte Payne-Townshend, con la que en 1898 se casó.

El trabajo periodístico que llevó a cabo durante sus primeros años comprendía desde la crítica literaria y artística hasta brillantes colaboraciones sobre temas musicales (en las cuales defendía con pasión las obras del compositor alemán Richard Wagner), que firmó, entre 1888 y 1890, con el seudónimo de Corno di Bassetto y, más adelante, con sus propias iniciales. Más tarde, en 1895, comenzó a trabajar para la Saturday Review como crítico teatral, ocupación que mantuvo hasta 1898, y desde la cual defendió la obra del autor teatral noruego Henrik Ibsen, sobre el que ya había escrito un libro, Las quintaesencias (1891).

PRIMERAS OBRAS TEATRALES

George Bernard Shaw El escritor de origen irlandés George Bernard Shaw, autor de más de cincuenta obras teatrales, propició cambios sociales en la sociedad de su tiempo, gracias a los retratos, impregnados de un humor ácido, brillante e ingenioso, que realizó en sus obras. En esta frase de Hombre y superhombre, arremete contra las hipócritas convenciones del matrimonio. "¡La confusión entre matrimonio y moralidad ha hecho más por destruir la conciencia humana que cualquier otro error!".Rex Features, Ltd./The Society of Authors en nombre de the Bernard Shaw Estate. (p) 1992 Microsoft Corp. Reservados todos los derechos.
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La primera obra teatral de Shaw, Casa de viudas (representada en 1892), combinaba las influencias de Ibsen con una ácida burla de las convenciones del romanticismo, que aún estaban siendo explotadas en el teatro inglés. Esta obra se publicó en el volumen Teatro agradable y desagradable (1898), que reúne sus siete primeras obras para la escena, las otras eran Cándida, Fascinación, El hombre del destino, Trata de blancas y Lucha de sexos, que, o no fueron representadas en su momento, o duraron muy poco en cartel, y una de ellas; Trata de blancas fue censurada por su supuesta obscenidad. Un poco mejor fue la andadura de una de sus Tres obras para puritanos (compuesta por El discípulo del diablo, César y Cleopatra y La conversión del capitán Brassbound), publicadas en 1901. El discípulo del diablo, una mofa del melodrama sentimental que se solía representar en los Estados Unidos de la revolución contra los ingleses, obtuvo gran éxito en aquel país, debido a su ingeniosidad y a los elementos melodramáticos que el autor puso en escena para ridiculizarlos. En su siguiente obra, Hombre y superhombre (1903), transformó la leyenda de Don Juan en obra de teatro, y en una representación-dentro-de-otra. Aunque aparentemente se trataba de una comedia de costumbres sobre el dinero y el amor, su argumento le dio la oportunidad de explorar el clima intelectual del nuevo siglo, insertando los distintos puntos de vista en una serie de diálogos que tenían lugar entre los personajes. Esta era, precisamente, la base del tercer acto, titulado ‘Don Juan en los infiernos’, que, desde entonces, se ha venido representando de modo independiente del resto de la obra. Hombre y superhombre entró muy pronto a formar parte del repertorio de distintas compañías teatrales, junto con La otra isla de John Bull (1904), escrita originalmente para el Abbey Theatre de Dublín, pero rechazada por éste por su ácida sátira del carácter irlandés. Estas dos obras, frecuentemente representadas, extendieron la fama de Shaw como erudito y autor teatral.

ALTA COMEDIA

En La comandante Bárbara (1905, llevada al cine posteriormente) y El dilema del doctor (1906), el autor irlandés continuó mostrando, a través de la comedia, la complicidad de la sociedad con sus propios males y defectos. En la primera, los principios y prácticas de un fabricante de municiones se revelan como elevadamente religiosos en comparación con los del Ejército de Salvación y sus benefactores. El dilema del doctor, es una sátira despiadada acerca de las distintas profesiones y del temperamento artístico.

Con las obras que siguieron a estas —Llegando a casarse (1908), Matrimonio desigual (1910) y La primera obra de Fanny (1911)—, Shaw comenzó a acercarse a lo que podría llamarse la farsa seria, una comedia intelectual con su habitual torrente de diálogos, pero en la que introdujo elementos no realístas, que explotaría por completo más adelante. Aunque Fanny fue la que más se representó, la más duradera de las tres resultó ser Matrimonio desigual. El autor dejó entrever su lado más místico en El compromiso de Blanco Posnet (1909), que trata de la súbita conversión de un ladrón de caballos, y en Androcles y el león (1913), en la que discutió sobre la verdadera y la falsa exaltación religiosa, y utilizó elementos provenientes de los autos medievales y del mimo navideño victoriano.

Su pieza cómica Pigmalión (1913), que se presenta como una “alta comedia” divertida e ingeniosa, fue escrita como introducción didáctica a la fonética, pero en realidad trata del amor y contiene numerosos elementos de crítica social, como la explotación de un ser humano por parte de otro. La obra obtuvo un éxito inmediato y fue la base para una película y un musical que con el nombre de My fair lady se estrenó en 1955 y llevado de nuevo al cine en 1964 por George Cukor.

LOS AÑOS DE LA POSTGUERRA

Mientras Pigmalión fue una obra repleta de entusiasmo, la que le siguió era, en la misma medida, pesimista y desolada. En efecto, La casa de las penas (1919), una descarnada exposición de la ruina espiritual de la Europa de su tiempo, refleja las consecuencias que sobre el clima intelectual de Occidente tuvo la I Guerra Mundial (1914-1918). Intentando escapar del pesimismo de la postguerra, Shaw escribió cinco piezas teatrales cortas en forma de parábola, muy relacionadas entre sí, y que fueron reunidas bajo el título general de Volviendo a Matusalén (1921). En ellas, el autor pasa revista al progreso de la Humanidad, desde el Edén hasta un futuro propio de la ciencia ficción. A pesar de estar brillantemente escritas, estas piezas tienen un valor escenográfico muy desigual, y se han representado en muy pocas ocasiones.

Por su obra Santa Juana (1923), en la que convirtió a Juana de Arco en una mezcla de mística pragmática y santa hereje, el autor irlandés recibió en 1925 el Premio Nobel de Literatura.

ÚLTIMAS OBRAS

A sus 90 años, Shaw aún continuaba escribiendo. Sus últimas obras, a partir de El carro de manzanas (1929), retornaron, a medida que Europa iba zambuyéndose en una nueva crisis, al problema de cómo la Humanidad podría concederse un mejor gobierno que le permitiera desarrollar todas sus potencialidades. Estos temas ya los había tratado el autor en algunas de sus obras anteriores pero, en esta etapa, se aproxima a ellos de un modo distinto, por medio de una extravagancia tragicómica e irrealista inspirada más en las comedias griegas clásicas de Aristófanes que en Ibsen. Shaw murió el 2 de noviembre de 1950 en su casa de campo de Ayot St. Lawrence.

Hasta sus últimos días, continuó escribiendo brillantes prefacios a sus propias obras teatrales e inundando a sus editores con libros, artículos y cartas malhumoradas. Entre sus obras no teatrales destacan la novela Las aventuras de una joven negra a la búsqueda de Dios (1932) y Guía de la mujer inteligente para el conocimiento del socialismo y el capitalismo (1928), que constituyen un útil compendio de sus ideas. También han visto la luz algunas recopilaciones con cientos de sus extraordinarias cartas, como las que dirigió a las luminarias del teatro Ellen Terry y Patrick Campbell.

Aunque no creó escuela o movimiento teatral, consiguió crear un estilo de representación en el que combinaba pasión y conflictos intelectuales, logró reavivar la comedia de costumbres y experimentó con la farsa simbólica, regenerando así el teatro de su tiempo. Su amplia y crítica inteligencia, así como su afilada pluma, utilizadas para describir los temas de nuestro tiempo, ayudaron a configurar parte del pensamiento tanto de sus contemporáneos como de las generaciones posteriores.


MITO DE PIGMALIÒN


Pigmalión, en la mitología romana, escultor de Chipre. Pigmalión odiaba a las mujeres y decidió no casarse nunca. Durante muchos meses, sin embargo, se dedicó a esculpir una mujer hermosa y acabó enamorándose locamente de la estatua. Desconsolado porque la estatua se mantenía inanimada y no podía responder a sus caricias, Pigmalión le suplicó a Venus, diosa del amor, que le enviara una muchacha semejante a su estatua. La joven, a quien Pigmalión llamó Galatea, le correspondió en su amor y le dio un hijo, Pafos, de quien recibió el nombre la ciudad consagrada a Venus.

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