domingo, 19 de octubre de 2008

Horacio Quiroga

Horacio Quiroga nació en el Salto uruguayo en 1879 y murió en Buenos Aires en 1937.
Inició su carrera literaria con un libro de poesía, Los arrecifes de coral (1901), antes de trasladarse a Argentina, donde transcurrió el resto de su vida.
La selva misionera tuvo una relación directa con la vida del autor que vivió largos períodos de su existencia en Iviraromí, cerca de las ruinas jesuíticas. El saber sobre un territorio, saber por experiencia, de una zona de frontera a la que sus lectores de la ciudad no tenían acceso, fue en su tiempo una marca de estilo del escritor. Hoy puede pensarse más bien como una obsesión, como necesidad, como invento. Quiroga, un dandy refinado a los veinte, devino a través de los años tragedias y desengaños, un escritor excéntrico, seductor y con pretensiones de náufrago.
Esta síntesis de su vida y de su estilo, incluye el descubrimiento de la selva en una expedición fotográfica a las ruinas de San Ignacio, con Leopoldo Lugones, en 1901, y su posterior elección como lugar desde el cual escribir. Los factores que influyeron en su obra, sus esposas, sus hijos, la relación con San Ignacio, la muerte de su padre y de su padrastro, y cómo todos estos hechos crearon en él una gran obsesión.
Su vida:
Horacio Quiroga nació en Salta, Uruguay, el 31 de diciembre de 1879, y murió en Buenos Aires el 19 de febrero de 1937. Recibió su educación en el Instituto Politécnico de su ciudad natal. En 1898 conoció a Leopoldo Lugones en Buenos Aires, quien había de ejercer importante influencia sobre él. En 1900 fue uno de los promotores de un movimiento literario en Montevideo que recibió el nombre de "Consistorio del Gay Saber".
También fueron una gran influencia para él, el italiano D´Annunzio y el norteamericano Edgar Allan Poe. Inició sus actividades de escritor con un libro de versos, Los arrecifes de coral, en 1901, se trasladó seguidamente de manera definitiva a la Argentina, donde transcurrió el resto de su vida. Vivió largo tiempo en el territorio de Misiones, inspirándole su exuberante naturaleza no poca parte de su obra.
Era el hijo del caudillo Facundo Quiroga, tuvo una vida llena de trágicos episodios, los cuales influyeron mucho en su forma de escritura y la permanente aparición de la muerte en sus cuentos. La muerte accidental de su padre, a quien se le escapó un tiro de escopeta mientras descendía de un bote, la cual transcurre cuando Quiroga tenía sólo 2 meses; la pérdida de dos hermanas, Pastora y Prudencia, que murieron de fiebre tifoidea en el Chaco argentino; el suicidio de su padrastro, Ascencio Barcos, delante suyo luego de sufrir una terrible parálisis cerebral. Más tarde, tras seis años de matrimonio, Ana María Cirés (su primera esposa, con la cual se casa en el año 1910, luego de haber vencido la dura oposición de la familia Cirés) agoniza ocho días después de haberse envenenado. También su hija Eglé, nacida en Misiones, en el año 1911, se quitaría la vida un año después de su muerte (1937).Y Darío Quiroga, su hijo, se mataría en 1952. María Elena Bravo, su segunda esposa y la única adolescente que lo amó si sortear oposiciones familiares (era 30 años menor que el escritor, y amiga de su hija Eglé), lo abandonó en medio de su selva, después de seis años de matrimonio, llevándose a "Pitoca" la pequeña hija de ambos.
En 1936 debió internarse en el Hospital de Clínicas por un dolor en el estómago. "No veo el día, amigo, de volver a San Ignacio" le escribió a Isidoro Escalera. La espera era eterna. Cinco meses después un médico le dijo que tenía cáncer. Quiroga no dijo ni una palabra. Salió a dar una vuelta por la ciudad y esa misma medianoche se suicidó con cianuro.
Obras más importantes:
Su primer libro fue una selección de poemas que se llamó "Los arrecifes de coral" y fue publicado en 1901. En 1904 aparece "El crimen del otro" y en 1908 presenta su primera novela "Historia de un amor turbio". Años más tarde la segunda "Pasado amor". Se publican los "Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte" en 1916, escritos entre 1910 y 1916 en Misiones, "El Salvaje" en 1920, "Cuentos de la Selva" en 1921, "Anaconda" en 1923, "Los Desterrados" en 1926, "El Desierto" en 1924 y "Más Allá" en 1934 siendo ésta su última obra.
Misiones:
Quiroga conoció San Ignacio en 1903, como fotógrafo de una expedición a las ruinas jesuíticas, encargada por el Ministerio de Instrucción Pública al escritos Leopoldo Lugones, su maestro. Quiroga pisó la selva vestido de blanco, y alterado por el asma y la dispepsia tenaz. Su conducta fue exasperante: en Posadas se negó a subirse a una mula y exigió un caballo; como los expedicionarios marchaban a paso lento, él se adelantaba o se demoraba y todos debían detenerse a esperarlo durante horas. Pero Misiones fue un bálsamo: la dispepsia y el asma desaparecieron. "Aquí el invierno me trae olor a azahar y melón silvestre de Misiones" escribió en Buenos Aires.
Y en 1906 compró sin más 185 hectáreas sobre el río Paraná y levantó un bungalow de madera con sus propias manos.
"En los alrededores y dentro de las ruinas de San Ignacio, la subcapital del Imperio Jesuítico, se levanta en Misiones el pueblo actual del mismo nombre. Constitúyenlo una serie de ranchos ocultos unos de los otros por el bosque. Hay en la colonia almacenes, muchos más de los que se pueden desear, al punto de que no es posible ver abierto un camino vecinal sin que en el acto de un alemán , un español o un sirio se instale en el cruce con un boliche. En el espacio de dos manzanas están ubicadas todas las oficinas públicas: Comisaría, Juzgado de la Paz, Comisión Municipal, y una escuela mixta. Como nota de color, existe en las mismas rutinas - invadidas por el bosque - un bar, creado en los días de fiebre de la yerba mate, cuando los capataces que descendían del Alto Paraná hasta Posadas bajan ansiosos en San Ignacio a parpadear de ternura ante una botella de whisky."
"El techo de incienso."
La selva fue su mayor inspiración, y su refugio al huir de un pasado trágico.
Gracias a Horacio Quiroga, San Ignacio, un pueblo de tan sólo cuatro mil habitantes, ingresó a la historia del país, porque ni las famosas ruinas jesuíticas le dieron tanto renombre como este escritor con aire de chiflado que andaba en bermudas, jugaba picadas por el Paraná domando un motor fuera de borda, y rompía irrespetuosamente la siesta del pueblo con dos máquinas feroces: un Ford T negro y una Harley Davidson del veinticinco.
Un 19 de febrero de 1937, los misioneros al leer el diario, no pudieron creerlo, el juez de paz de San Ignacio; el destilador de naranjas; el carbonero y picepedrero; el productor de yerba; el fabricante de dulce de maní, maíz quebrado, mosaicos de bleck y arena ferruginosa; el inventor de un exótico aparato para matar hormigas; el hombre que obtuvo resina de incienso y tintura del lapacho, ese mismo era poeta. Y uruguayo.
Trabajó la tierra e impuso en un medio salvaje, la ley urbana de la producción. Y todo lo hizo con sus manos y recuperó su pasión juvenil por la química, la misma que de madrugada despertaba a su familia con incendios y explosiones. Y el viejo anhelo de la mecánica, el ciclismo y su oculta vocación por la marina hallaron libre curso en su recoveco salvaje.
"Misiones, colocada a la vera de un pueblo que comienza allí y termina en Amazonas, guarece a una serie de tipos a los que podría lógicamente imputarse cualquier cosa menos ser aburridos. La vida, más desprovista de interés al norte de Posadas, encierra dos o tres pequeñas epopeyas de trabajo o carácter, si no de sangre."
Y él mismo al describir a esos pintorescos seres de frontera, dejó en sus cuentos la huella de su propia epopeya misionera. Fabricando a fuego lento su carbón, fertilizando su meseta pedregosa destilando vino de naranja, clavando y desarmando cien veces la misma canoa, reparando durante cuatro años las goteras del techo de su casa, embalsamando aves, confeccionando sus zapatos, conversando con Anaconda, la víbora que criaba en su jardín, descubrió que escribir era lo mismo que domar los cuatro elementos: un oficio, no un rapto de inspiración.
Y este aprendizaje fue un hito de la historia de la literatura argentina. Hasta ese momento, como un escritor no hacía un trabajo rentable. Al publicar obras sin costearlas de su bolsillo y escribir artículos remunerados en "Fray Mocho", "Caras y Caretas", "La Nación", "El Hogar" y otros medios periodísticos, se trasformó en un escritor accesible y popular. Sin embargo, Quiroga era popular para todos sus contemporáneos excepto para sus vecinos.
Sólo se sentía a gusto con los trabajadores. Luego de un rato con ellos, Quiroga apuntaba frases en papelitos que guardaba en una lata de galletitas. Esa era la materia prima de sus futuros cuentos. Por eso, su obra registra la transformación económica de Misiones: de la selva a la plantación. Y los protagonistas de esa gesta no son héroes convencionales sino "desterrados". Jangaderos, cantereros, gente de vida dura. Describiendo sus días, Quiroga escribió su autobiografía.
"Iniciábase en aquellos días el movimiento obrero, en una región que no conserva del pasado jesuítico sino dos dogmas: la esclavitud del trabajo, para el nativo, y la inviolabilidad del patrón."
Así describió esos tiempos, época en que se juntaba a los mensú, (trabajadores mensuales) en camiones que los trasladaban para ser explotados en obrajes y yerbales. Algunos nunca regresaban, los cadáveres de otros aparecían flotando en el Paraná. Quiroga mismo los vio, devolviendo al río en agua de sus pulmones. Todos los mensú adormecían sus resentimientos y amarguras con caña, y los pocos que volvían cada tanto al pueblo gastaban el resto del sueldo en las casas de juego y los prostíbulos del puerto. Cerca de la charca de Quiroga, en la
Unión Obrera y Campesina, allá por el año quince se gestaba la anarquía y la rebelión.
Horacio Quiroga también tuvo una plantación de yerba mate, La Yabebirí. Pese al entusiasmo y algunas ventas, no hizo ganancias. "Yo soy agricultor, no comerciante.", decía.
En los cuentos "Una bofetada" y "Los mensú", Quiroga describió otro oficio en extinción: la janjada.
La obsesión Quiroga sobrepasó San Ignacio. En 1928, ya con segunda esposa, vive en una casaquinta de Vicente López que reproducía el ambiente de su bungalow misionero: a falta de maderas, armó y desarmó su viejo Ford, y criaba un coatí, un oso hormiguero, un carpincho y un flamenco en el jardín. Sostenía correspondencia con Isidoro Escalera, el socio de algunas aventuras misioneras, y su casero. Intentaba vender yerba en Buenos Aires y naranjas en Garupá. Y lo desvelaban las hormigas que acechaban entre sus plantas. "Ya no puedo estar más sin Misiones", bramaba.
Con respecto a la fermentación de vino de naranjas, en 1930, Quiroga ya se había dado cuenta que no sería un buen negocio. Pero Quiroga no se dio por vencido. Especuló con vender las naranjas de su plantación a 40 pesos el millar. Soñó y soñó todo el tiempo, porque sus productos nunca le dieron demasiado dinero. Sus ingresos provenían mayormente de la literatura: "Valdría la pena exponer un día esta peculiaridad mía de no escribir sino incitado la economía."
Sus últimos años, sólo cobró 50 pesos por un cargo de cónsul honorario, fruto de la gestión de algunos escritores amigos ante el gobierno uruguayo. Era cada día más pobre y empezaba a cansarse. Incitado por Jorge Luis Borges, los nuevos intelectuales lo consideraban antiguo y lo bombardeaban con todo tipo de artillería. Cada vez le costaba más vender sus trabajos. Había escrito 170 de cuentos y el doble de artículos periodísticos. Hacía balances: "Tengo mi derecho a resistirme a escribir más. Si en dicha cantidad de páginas no dije lo que quería no es tiempo ya de decirlo"

El almohadón de pluma

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